LA PEQUEÑA ESPERANZA
Mi conclusión es que el hombre de hoy carece de esperanza. Su horizonte es heideggeriano: todo acaba aquí. Arrojados a un mundo absurdo, se cierne la lóbrega oscuridad, el abismo de la nadería. Sin la gran esperanza, que trasciende lo presente, que va más allá de lo de acá (“cuán poco lo de acá, cuan mucho lo de allá”, recitaba Teresa de Ávila), y que nuestro destino, además de libre se nos promete eternamente gozoso, no resultaría posible mantenerse de pie ante las adversidades, como los tentetiesos, esos muñecos que se tiran y siempre caen en vertical.