
LA GRABACIÓN
Cualquier ente no está obligado a desvelar el contenido de conversaciones confidenciales, aunque sí advertir de aquellas resoluciones que afectan a los empleados, clientes, pacientes, ciudadanía, etc.

Cualquier ente no está obligado a desvelar el contenido de conversaciones confidenciales, aunque sí advertir de aquellas resoluciones que afectan a los empleados, clientes, pacientes, ciudadanía, etc.
La situación que estamos viviendo en España es extraña y enrevesada. Y conviene suscitar una reflexión de lo que está sucediendo. En ninguna otra organización, incluso en la administración pública, sucede lo que está pasando en los partidos políticos con afiliados que mienten directa y llanamente sobre unos estudios nunca realizados y titulaciones falsas, cuando además, en la inmensa mayoría de los casos, no son necesarios para ocupar los cargos que ostentan. ¿Por qué mienten? ¿Es que los partidos no son capaces de solicitar la correspondiente documentación antes de subirla a los portales virtuales? ¿Qué clase de indocumentados nos están dirigiendo?
Y entonces, la realidad, como relato, es maleable para el que delira, que re(de)forma continuamente la narrativa, como revela George Orwell en su novela distópica 1984: el poder tiránico rehace y desface una y otra vez la historia, porque “quien controla el pasado se hace con el futuro; y el que domina el presente, controla el pasado”, eslogan del comandante en jefe. Orwell desentrampa este ardid, pues lo que ahora es verdad ha sido verdad siempre y lo seguirá siendo.
la mentira, porque genera indefensión, inseguridad, duda, falta de credibilidad, complica las relaciones sociales y, en última instancia, requiere de la intervención de otros asegurando los contratos, con los correspondientes costes añadidos.
Platón prosigue la labor comenzada por su maestro. Considera que lo que indagaba Sócrates no es un mero constructo humano: hay algo superior, una idea objetiva que nos trasciende. Y esa es la deidad, de la que solo vemos en esta vida un pálido reflejo –como se describe en el mito de la caverna-, pero objetiva las cosas y a nosotros. Desde entonces sabemos que no da lo mismo una cosa que su contraria; una verdad que una mentira.
Un verso de Eliot nos sitúa en el hoy: “un momento de flaqueza, un desaliento que nos hace capitular, nos despoja en un instante de lo que costó siglos conquistar y que tardará siglos en recuperarse”.
Una sociedad que desconoce el perdón está enferma y es propensa a la violencia. Se encuentra abigarrada de intereses cruzados, contrarios y entremezclados, en los que el más fuerte es dominante. Si además, culturalmente no entiende la gratuidad, está abocada a la cancelación.
Hay un motivo de solidaridad que nos impulsa a proteger a nuestros familiares y amigos, así como a las demás personas con las que podemos relacionarnos. Esta solidaridad hace alusión también a la prudencia: no exponer innecesariamente a los demás ante un peligro que, aunque quizá no sea próximo o muy próximo, es real y relativamente cercano: tiene que ser ciertamente proporcional, lo que no siempre es fácil de advertir.
Nuestra vulnerabilidad nos hará más sencillo asumir el paradigma de la confianza y conceder relevancia a lo que realmente importa
