Pedro López
Publicado en Levante, 26 de noviembre de 2024
En las películas hay que buscar al malo, dar con él y, en el argot fílmico, eliminarlo. El malo no da la cara y si lo hace aparenta ser bueno; el bueno, a veces, parece lelo y, aunque su intención sea honesta, siempre se puede retorcer y embrollar el guión, con la consiguiente confusión, hasta el feliz the end que pone las cosas en su sitio.
Estamos con que la dana y el cambio climático tienen todo que ver, lo que exime de cualquier responsabilidad (y para ponerse a buen recaudo hay que agarrarse como sea a esta estratagema). Por tanto, solo queda pedir solemnemente alguna que otra dimisión, del bando contrario, por lo que sea, da igual, que eso mola.
Me decía un amigo, del polígono de Cheste, que en la fábrica en la que trabaja, si les hubieran avisado antes de las 18:00 h., muchos se habrían visto envueltos por la riada en el regreso a sus hogares de l’Horta Sud. Se quedaron allí, y pudieron ayudar a los ocupantes de los vehículos que se iban empotrando en la A3 contra los tumultuosos aluviones y barrizales en los que se encajonaban, a causa del barranco del Poio. Desde allí, con linternas, gritos y silbidos, iban dirigiendo a los indefensos automovilistas y camioneros hacia el lugar seguro en el que se encontraban.
Con tanto rifirrafe -ya se sabe, a río revuelto ganancia de pescadores- hay quienes desvalijan y saquean lo que pueden, otros emponzoñan con sus pláticas para sacar tajada, mientras la mayoría arrima el hombro. Siempre, en estas situaciones se ve lo peor y lo mejor del ser humano, aunque es abrumadoramente más intenso y extenso lo bueno que lo indeseable: un alivio.
Como se dijo ampulosamente, flatus vocis nunca mejor dicho, el planeta no es de nadie: es del viento. Los humanos apenas podemos paliar los desastres. Sabíamos que el agua del Mediterráneo, a finales del verano, había experimentado una subida de casi 2º C por encima de lo habitual en otros años, quizá por el fenómeno de la Niña. Por tanto, había combustible: solo faltaba la chispa, la espoleta (la gota fría) que pudiera hacer terrible un evento como el padecido; aunque también podría no haber sucedido, o que hubiera descargado en otro lugar, o que la dana no hubiera sido tan intensa: es imponderable. ¿Es consecuencia del CO2 antropogénico? No lo sé, pero lo más seguro es que no, puesto que el fenómeno de las inundaciones por estos lares es multisecular: cada 25 años hay un episodio parecido. A veces, sin consecuencias, porque se produce en zonas poco pobladas o en el mar; y en otras, con destrucción y quizá también con víctimas. Ocurre que con tantas especulaciones, si no estamos en el ajo, andamos como el negro del sermón: con la cabeza caliente y los pies fríos. Porque no atamos bien las causas y los efectos, sino que hacemos relaciones: cuando la bolsa sube, si es octubre y martes, y hay dana, entonces cae el diluvio: lo demuestra la estadística. Y así no avanza la ciencia.