Publicado en Levante, 12 de diciembre de 2022
Pedro López. Grupo de Estudios de Actualidad
No es fácil encontrarse con alguien malo; ni tampoco que sea tonto. Pero, a veces, hay algo que no encaja del todo. La impresión que me envuelve es que no se ha propuesto ser bueno: ni fu, ni fa. Corremos el riesgo de otorgar un estatuto de nefasto a lo que, sin lugar a dudas, tiene todo el arreglo del mundo.
Lo malo no es hacer algo que está mal, si uno se percata. En mi opinión, peor es no darse cuenta de lo que se hace, por ignorancia, inadvertencia, incompetencia; y eximirse de la propia responsabilidad, echando las culpas a los otros. Se necesita cierta valentía para admitir el propio fracaso: fui yo y no el maldito cariñena que se apoderó de mí, en frase de D. Mendo. Lo que pasa es que, en la actividad pública, tal y como están las cosas, si alguien admite que no ha estado acertado no tiene más remedio que dimitir, bajar la cabeza y verse lleno de improperios; cuando más bien, en mi opinión, debería venirse arriba, y ser, por ese mismo coraje, admirado. El que uno llega hasta alcanzar su nivel de incompetencia, puede incluso que sea verdad; y haya que admitir que es mejor estar un escalón más abajo. No pasa nada, porque nadie es imprescindible; y, de hecho, si mañana nos enterraran el mundo seguiría su camino, lo que evidentemente pasará algún día sin gran alteración: nos sentirán los que nos quieren, pero aquí paz y después gloria. Sin duda, esta visión puede evitarnos muchos problemas y, sobre todo, dejar de hacer sangre.
Tampoco veo que el mundo esté tan podrido que no tenga remedio, ni que la mitad de la humanidad se levante cada mañana para engañar a la otra mitad. Siempre me ha parecido una apreciación exagerada. No es que haya que negar lo evidente, pero tampoco cargar las tintas. Estimo que hay más gente que, en medio de sus quehaceres, agobios y sinsabores, que todos tenemos, tratan de sobreponerse y dar lo mejor de sí mismos. A mí me emociona que una dependienta se ofrezca a darte un consejo o simplemente decirte: ¡cariño!, ¿necesitas algo? O que vayas a tu centro de salud, por poner otro ejemplo, y que te atiendan con amabilidad, te faciliten las cosas, e incluso, en medio de la que está cayendo, te sonrían: tiene su mérito; no me acostumbro. No sé. No veo que vayamos crispados por la vida. Personalmente me encuentro desencrespado; y lo veo en otros: es mejor dar paz porque se está en paz, que desarbolado en pie de guerra.
Me parece que hay que desechar esa enfermedad del alma que consiste en ser incapaz de ver lo bueno que hay en los demás: es desagradecimiento vital. En el fondo indica que soy yo el que he de cambiar. Las distorsiones encapotan y nos incapacitan para ver la bondad. Que estemos en un mundo imperfecto es desde luego un acicate, ya que nos espolea a mejorar, a pelear, a luchar, en el sentido clásico y bíblico de la expresión: esto es lo que nos hace mejores. Y conviene que las cosas sean así.