Publicado en Levante, 18 de mayo de 2022
Pedro López
A la salida de la iglesia, una mujer pobre pronunció palabras que hacía tiempo no escuchaba: Dios le dé salud. Me vino a la mente los valores superiores que hoy nos encandilan; y uno de ellos es ciertamente la salud. El término procede del latín «salus-salutis» que tiene un sentido ambiguo, porque no se reduce al bienestar físico-social, tal y como lo define la OMS, que a mi juicio es inexacto, como «estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», sino que en su sentido original es más amplio. Porque nadie, salvo pequeños lapsos de tiempo, quizá en la infancia, está perfectamente sano, en completo bienestar. Cuando no son por fas son por nefas, fastos o nefastos, el caso es que siempre hay un pero: o pitos o flautas. Después, porque en llegando a cierta edad, como dice el chascarrillo, si te despiertas y no te duele algo es que estás muerto. Luego, porque la vida está llena de fluctuaciones, de altos y bajos, que hay que asumir con madurez, sin hacer tragedias. Y, en definitiva, porque la salud, dicho en tono ‘socarrón’, es un estado transitorio que no presagia nada bueno.
Ser consciente de que somos el único animal que sabe que va a morir es lo específicamente humano. Como indica Fabrice Hadjadj, «la cultura ya no es una plenitud de lo espiritual, de lo armónico, sino que se concibe como una fuerza por la que la naturaleza ha sido reducida al determinismo biológico e incluso, en el fondo, a la fatalidad de una vida condenada al sufrimiento y a la muerte. El sufrimiento y la muerte, no la ingratitud y la injusticia, son percibidos como los peores de los males, porque el bien se ha reducido al bienestar, el consuelo a la comodidad y la salvación a la salud».
Decía que el sentido latino del término no se circunscribe a la salud orgánica, sino que tiene un sentido más profundo. Cicerón señalaba que la salud compete a todo el ser humano; y así indica que un hombre saludable es una persona sensata, con buen juicio y tino. Fue, sin embargo, el cristianismo el que acuñó salud como salvación. Y de ahí que se incluya en las formulaciones de los primeros tiempos que Jesucristo bajó de los cielos a la tierra «propter nostram salútem».
Sin embargo, parece que parlotear ahora, en los tiempos que corren, de salvación no es políticamente correcto, porque pensamos que no necesitamos de salvador alguno. Quizá porque nos sentimos lo suficientemente adultos para que no nos vengan con monsergas. Craso error. Porque todos estamos necesitados de la ayuda, del cariño, del estímulo de los demás. Nadie es un verso suelto.
La salud total, y no parcial que es inestable y sumamente excepcional, la salvación, es hoy tan necesaria como antaño. Pero no es una autoconstrucción ni se consigue con un manual de autoayuda, ni haciendo ejercicios de mindfulness. Es dejarse arrebatar por lo esplendoroso, por lo inefable.