Publicado en Levante, 2 de septiembre de 2022
Pedro López
Resulta complicado en estos tiempos mantener la propia identidad. No me refiero a opiniones sin más –rectificar es de sabios y es lo propio de lo humano, porque somos seres perfectibles-, sino abominar de la propia esencia -y existencia- de cada persona. Por ejemplo, la ideología trans tan perniciosa por su irreversibilidad y por el desajuste social que provoca. Queremos que la ciencia nos otorgue ser lo que no somos y que deseamos (instantáneo) a base de aumentar la dopamina y la oxitocina: gratis y sin esfuerzo. La naturaleza nos ha dotado de un modo de ser que no podemos modificar a nuestro antojo. No tenemos alas para volar, ni agallas y branquias para respirar debajo del agua, tampoco correr a cuatro patas, ni superar determinados límites.
Los seres vivos e históricos como nosotros debemos preservar la identidad, a pesar de los cambios que, a lo largo de la vida, vamos experimentando. Hemos de saber y caracterizar lo que nos define, conservando nuestra identidad. Así hacen los animales (y nosotros) que convierten en su propio ser lo que comen: capacidad de asimilación. Frente a las novedades de la historia y del devenir hay algo que necesariamente no solo ha de permanecer sino incluso aumentar, dando fortaleza y coherencia, porque si no decae, se desvanece: la muerte no deja de ser una pérdida de la integridad personal. Todos pasamos por fases de desarrollo físico e intelectual: embrión, bebé, niñez, adolescencia, juventud, madurez y senectud; y en cada una de estos períodos seguimos siendo el mismo, aunque con la posibilidad de un aumento ilimitado: somos seres irrestrictos. Una persona, si quiere madurar, necesariamente ha de prolongar y potenciar, en los distintos períodos, lo que ya estaba implícito pero no desarrollado en cada una de las fases; y esos cambios no representan violencia: es el despliegue de lo implícito. Modificar ese devenir no deja de ser la petulancia del ignorante que se atreve a todo, sin saber a dónde va. Si las novedades de la vida se incorporan con normalidad, entonces las modas y las ideologías no barren la identidad porque está edificado sobre la roca segura de lo genuino y verdadero.
Hay quien piensa que lo nuestro no es más que un acaso, que quizá no somos más que meros simios un poco más evolucionados y que, por lo mismo, podríamos ser también reptiles, aves, peces e incluso algún insecto; y ahora, máquina. Hay que atenerse a un sano realismo y no simplificar hasta lo grotesco la complejidad de la vida humana.
Heidegger describió en Ser y Tiempo la nihilidad de la existencia, la condición de ser arrojado al mundo con fecha de caducidad. Pero olvidó plantearse dos cuestiones fundamentales: de dónde venimos (el origen) y a dónde vamos después de la muerte (el final), dejándonos, como maestro del existencialismo postmoderno, en la penumbra y en la angustia de un ser expulsado al mundo. Y perdidos vamos.