Publicado en Levante, 10 de marzo de 2022
Pedro López
Clausewitz decía que «la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios». Eso lo escribía en 1832, cuando los ejércitos, formados por profesionales en su mayoría, se plantaban cara a cara en una llanura; y el que vencía se quedaba con el poder de las urbes y del territorio. Pero si entonces era dudoso que fuera cierto, hoy es inservible: la guerra no es ya la continuación de la política por otros medios, sino lo incívico, la barbarie.
Las guerras modernas, sin embargo, no son así; sobre todo cuando hay desigualdad y asimetría; pues entonces, lo único posible para no ser arrasado por completo es refugiarse en las ciudades. Pero esto conlleva el enfrentamiento con los no combatientes que son la inmensa mayoría de la población.
El sufrimiento del pueblo ucraniano es inimaginable y francamente llena de tristeza, porque vemos impotentes destrucciones masivas de fanáticos e intransigentes que han optado por la violencia, tachando de agresivos a los que son sus víctimas. Ante el ataque violento, injusto y mortífero, hay que posicionarse siempre a favor del agredido. No en vano, el papa Francisco, clamaba recientemente contra la guerra, subrayando que “quien hace la guerra olvida la humanidad, no mira la vida concreta de las personas, sino que coloca delante todos los intereses del poder, se confía a la lógica diabólica de las armas que es la más alejada de la voluntad de Dios y se distancia de la gente común que quiere la paz. En cada conflicto la gente corriente es la verdadera victima que paga con su piel la locura de la guerra”. Es necesario que en las zonas asediadas y bombardeadas se abran urgentemente corredores humanitarios, pues son los ancianos, los niños, las madres quienes padecen especialmente ese sufrimiento.
Los amantes de la paz hemos de implorar con confianza, aunque seamos conscientes de nuestra impotencia para modificar el rumbo de los acontecimientos. Pero no podemos olvidar tampoco, al menos los cristianos, que Dios es Señor de la historia y que la paz es un don y una tarea que se nos encomienda.
Hace años, contemplaba una pintada anarquista en un mural, que decía así: «aunque todo esté perdido siempre queda molestar». Uno, que tiene algo de provocador, simplemente lo traducía por este otro: aunque todo esté perdido, siempre queda rezar. Sí, a veces, solo cabe el recurso de implorar; que muchos amenes al cielo llegan. Este es nuestro caso hoy y ahora, en este tiempo aciago que nos toca vivir. Pues pacificar los corazones, y más después de la barbarie, no es tarea sencilla: se necesita tiempo y una gran capacidad de perdón; pero si cada uno lo intenta en su propio ambiente, con los que están a nuestro lado, comenzamos a enderezar lo torcido.