ENHEBRAR E HILVANAR

Publicado en Levante, 29 de junio de 2023

Pedro López

Grupo de Estudios de Actualidad

 

Llega el momento en el que la vista nos falla. Caí en la cuenta realizando un viaje. Iba en autobús y me llevé un libro para aprovechar el tiempo durante el trayecto. Cuando lo abrí, se me cruzaban las líneas y las letras apenas las distinguía, parecía una sopa ininteligible.

Pensé instintivamente -no siempre el primer golpe de vista es el más agudo o acertado- que el traqueteo del autobús estaba distorsionando la lectura; pero en la primera parada seguía sucediendo lo mismo.

Entonces me asaltó la idea de que la editorial había escogido una letra menuda para aprovechar mejor el papel, y que fuera más barato el libro (al fin y al cabo, se trataba de una edición de bolsillo); pero, en un segundo momento de reflexión, consideré que era absurdo que las editoriales pusieran un tipo de letra tan pequeño que apenas pudiera leerse, puesto que su negocio consiste en vender el máximo número de libros y, desde luego, con esa letra pocos iba a mercar.

Todo lo anterior dejaba al descubierto que el problema no estaba fuera, sino dentro: en mi vista. En efecto, días después, el oftalmólogo dictaminó: presbicia, vista cansada.

Comprendí entonces lo que nos ocurría cuando éramos chiquillos: las personas mayores, si estaban cosiendo, nos pedían que, al iniciar una nueva tarea, les enhebrásemos la aguja: a ellas les era dificultoso y lento; y a nosotros, sencillo y rápido.

Aún no nos hipotecaba el fardo del pasado, que nos puede hacer descarrilar o torcernos. Entonces era corriente realizar tareas de costura -nuestras madres y abuelas eran diestras con las agujas- y arreglaban con retales u otras prendas nuevas vestimentas, para así ahorrarse un dinero que no se disponía o que escaseaba.

Esto requería hilvanar las piezas y comprobar que caían bien, que estaban bien recortadas para la persona a la que iba destinada.

Estas imágenes de la infancia me han ayudado a pensar en la conveniencia de coser la propia existencia. Esto es, de no hacerme yo solo, sino ser-con: el solipsismo es el mal de nuestro tiempo. La mayor parte de la gente vive en soledad: no tiene con quien hablar. Incluso en el supuesto de que no estén solos, no se les hacen caso. Además, en los tanteos (que no tonteos) vitales hay que hilvanar bien las partes, comprobar las medidas de las distintas piezas, se tarde lo que se tarde -como dice el refranero: vísteme despacio que tengo prisa- no vaya a ser que una pernera sea más larga que la otra o que dé lugar a una vestimenta de payaso porque los camales sean de un color distinto.

Y finalmente coserlas firmemente, lo suficiente para que perdure a lo largo de nuestra existencia.

Hay quien en efecto, cose, incluso a destajo, pero se olvidó de enhebrar el hilo: la aguja pasa, pero como pasa el agua por la torrentera: al rato, está toda seca de nuevo.

Sí, el hilo es lo que queda, une e integra. Y ese hilo es el cariño verdadero. Lo demás son gaitas.

 

 

 

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