DESOLACIÓN INCENDIARIA

Publicado en Levante, 16 de agosto de 2025

Pedro López

Grupo de Estudios de Actualidad

En lo humano no hay ninguna cosa que no tenga remedio, excepto la muerte; y para un creyente es la puerta hacia una vida mejor, siempre que se haya portado adecuadamente. Y aunque algunos gurús se empeñen en hacernos medio inmortales -semidioses-, siempre aparecerá el famoso talón de Aquiles que imposibilitará la consecución de ese objetivo.

Parece, sin embargo, que hay algo insistente y persistente, al que no prestamos atención ni ponemos remedio. Me refiero a la desolación que nos asola de los incendios forestales. Porque tal y como está planteado no tiene solución. Nuestros montes están destinados a regenerarse periódicamente a través del fuego: en la naturaleza asilvestrada y montaraz es la ley; y las plantas están preparadas con altos contenidos en polialcoholes, fenoles, resinas y gomas, aceites esenciales, etc., par arder y regenerar el ciclo de la vida.

Ya el Génesis nos indica que el hombre y la mujer fueron puestos en esta tierra para que disfrutaran cuidándolo y cultivándolo; y no para que se tumbaran a la bartola. Aunque bien es verdad, que después del incidente con el malus domestica vino la debacle: el sudor, el dolor… y que la vida sea un continuo deseo de ahí me las den todas.

Pues bien, el abandono de nuestras tierras, por falta de aliciente económico; la incuria de limpiar los montes, porque no resultan rentables; la dejadez de no disponer de rebaños de ovejas y cabras que pasten y eliminen la sobrecarga de pastizales, por los mismos motivos anteriormente expuestos; el ecologismo de salón o de papel -que todo lo soporta, menos la realidad-; etc. establecen unas condiciones idóneas para que ocurra lo que sucede en el campo y en el monte en estos días aciagos, en los que desgraciadamente varias personas han perdido la vida tratando de apagar las llamas.

Los agricultores, que son los que saben porque conviven en el medio natural en los pueblos desde hace muchas generaciones, y que no son patanes ni paletos a los que haya que ilustrar en estos menesteres, una vez más, han avisado de que la despoblación -la España vaciada-, el abandono de la ganadería y la burocracia administrativa que, con la errónea idea de conservar, no deja actuar, se logra la tormenta perfecta para que cuando se den las condiciones adecuadas –primavera lluviosa, verano asfixiante y seco, ventoleras, pirados y pirómanos- se arme un zipizape. Y lógicamente no hay forma humana de apagar esos voraces y gigantescos superincendios llamados de sexta generación. He tenido la oportunidad de asomarme a algunos montes tanto de nuestra comunidad como de otras; y la verdad, da pavor observar la cantidad de material combustible que se almacena.

¿Y qué podemos hacer? Sin duda es posible paliar los efectos devastadores del fuego, pero antes hay que “desminar” el terreno, “atrincherarse” durante el invierno, y poner en marcha otra ecología, y no un “laissez faire”: aquí no se toca nada. Porque si no, la historia de los incendios en España será la historia interminable, regularmente recurrente.

 

 

 

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