DESARROLLO Y BRUTALISMO

Publicado en Levante, 25 de agosto de 2025

Pedro López

Grupo de Estudios de Actualidad

 

Escribía Miguel Hernández esas estrofas que también han sido cantadas: «Andaluces de Jaén,/ aceituneros altivos,/ decidme en el alma:/ ¿quién, quién levantó los olivos?»

Parece que las placas solares -el progreso- son más importantes que los olivos centenarios que se arrancan inmisericordes en nombre de una ecología de «energía verde y renovable». Desde luego esos artilugios no durarán lo que los olivos, ni mejorarán el paisaje de un olivar, antaño, como decía el poeta, levantado sobre la tierra callada, el trabajo y el sudor. Olivos retorcidos y canos, hermosura del cielo y de la tierra, del viento y del sol. Olivos: ¡Cuántos siglos de aceituna,/ los pies y las manos presos,/ sol a sol y luna a luna,/ pesan sobre vuestros huesos!

Gracias al progreso bueno, ya no se necesitan, como decía el poeta, las manos presas, ni sudores ardientes, ni trabajos agotadores: desde una cabina de una máquina robotizada, con aire acondicionado y música clásica, se ejecuta la tarea del olivar: la labranza, la poda, el abono, fumigar, recolectar la cosecha, etc.; pero el paisaje es un bien intangible que no tiene precio, sino valor, como tantas cosas en este mundo.

No importa que el panorama quede desolado, embutido por una capa metalúrgica de cristal absorbente, negro, patético, de una tristeza sombría y afligida. Hoy se habla de brutalismo. ¿Hay barbarie más amarga que la de sembrar nuestras cumbres y montes con faraónicos molinos de acero que apalean a cientos de aves desprevenidas o incautas? También esos inmensos mares, hasta otear el horizonte, de placas monocromas de silicio, vidrio y otros materiales. Sí, no se trata de oponerse al progreso ni de regresar a la caverna, cosa imposible; y para ello necesitamos energía. Quizá el desarrollo conlleve un cierto peaje, pero todo tiene su medida, hay que hacerlo con inteligencia y no como pollo sin cabeza.

No tendrás nada, pero serás feliz es el eslogan que más percute en nuestras mentes como objetivo de la agenda 2030. Y sí, hay que poner coto a la avaricia, al dispendio y al lujo, pero es una tarea educativa y virtuosa, no una imposición de organismos supranacionales que nos forjen una férula para inmovilizarnos (los otros, los dirigentes, no se sienten afectados: como siempre, la nomenclatura es diferente, porque en el ‘paraíso terrenal’ unos son más iguales que otros); y que solo podamos desplazarnos a las tiendas que se encuentran a menos de 15 minutos del domicilio propio, dentro del barrio en el que uno viva. Kafkiano.

Hay que reflexionar y considerar qué conviene hacer dentro de las posibilidades, sin dar por resueltas definitivamente las cosas y sin declarar incuestionables, como si fueran dogmas, aquellas que sin duda son mejorables con el esfuerzo y la investigación que el futuro deparará, porque el mundo es de Dios y lo tiene alquilado a los valientes. Y no dejarse llevar por los intereses de los poderosos, que usan de ideologías cerradas que encorsetan y censuran, por la eficacia de la violencia psicológica autoimpuesta de no salirse del rebaño y ser diferente.

 

 

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