BUENISMO

 Pedro López

Publicado en Levante, 14 de noviembre de 2024

El cauce cubierto por el cañaveral tapona el caudal del barranco, hace que el agua se remanse, y lejos de amainar, cuando ya no aguanta más, provoca una explosión: la retención del agua hace que se acumule más y, por tanto, cuando se desatasca, escurra con más fuerza. No hay que ser avispado ni poseer conocimientos de física de fluidos para saber cómo funciona la cosa. Pues bien, hace daño el buenismo que nos inunda; y que nos desarma de manera estúpida. Se antropomorfa la naturaleza; y se deja a la incuria de una ecología de salón, que desconoce que en la naturaleza real, la verdadera, el león se come a Bambi sin ningún problema de conciencia, por mucho que los humanos lloremos la soledad de Bambi que ha perdido a su madre a causa de los malos, que lógicamente son los cazadores con rifle.

Con la que ha caído, nunca mejor dicho, es hora de poner el arreglo definitivo, para que una riada, como la del pasado 29 de octubre, no vuelva a suceder. Con o sin cambio climático. Hay cosas o situaciones en las que el hombre moderno, más si cabe, se siente impotente; pero no siempre ha de ser así, que tenemos la cabeza encima de los hombros para pensar. Ciertamente no se puede prever, de momento, un terremoto, pero ya se va comprendiendo mejor éste y otros fenómenos, como el vulcanismo, que se puede predecir; o la meteorología, aunque haya un cierto grado de incertidumbre.

Hay que aminorar los efectos de las catástrofes naturales. Por ejemplo, un seísmo en Japón provoca unas decenas de heridos; ese mismo terremoto en Irán, provoca cien mil muertos, cuanto menos. Si un desastre natural es calamitoso, siempre podemos controlar los efectos más nocivos si las cosas las hacemos bien: en lugar de adobe hay que poner unos cimientos adecuados. Esto es lo que ha fallado: la prevención (no se hicieron en su momento las obras de encauzamiento y deslizamiento pertinentes) y, lo más trágico en este caso, el control: no se avisó. Habrá que depurar responsabilidades, por mucho que ahora, a río revuelto ganancia de pescadores, unos echen la culpa a los otros, a veces, de forma miserable.

Son acontecimientos que no se pueden repetir nunca más. Y la verdad es que la solución está en nuestra mano: si no lo hacemos es porque somos tontos de remate; y si nos venden la burra del conservacionismo de los espacios naturales, que naturalmente hay que conservar, no hay que olvidar que, desde que el hombre es hombre, ha tenido que librar una dura batalla con la naturaleza para «domesticarla», porque es inmisericorde. No valen argumentos buenistas: la madre naturaleza es a veces madrastra «salvaje»: no conoce límites mientras no se le pongan, bien por el propio proceder del hombre, bien por el propio agotamiento de la naturaleza. Que los árboles, y el alboroto, no nos impidan ver el bosque, y lo razonable.

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