Pedro López
Publicado en Levante, 24 de septiembre de 2024
Estos días, como todos los otoños, vamos a cuestas con el tiempo (meteorológico), y que la noticia no impida un buen titular: «Llegará un temporal de lluvias como los de antes». Se entiende que los de antes son los que históricamente conocemos –más o menos, dos mil años-, porque los prehistóricos, por ejemplo, los últimos 5 millones de años nos son desconocidos y hemos de indagar en la geología para recabar algún indicio. Mientras escribo este artículo está cayendo una buena tromba de agua en la ciudad que nubla la visibilidad espléndida que dispongo habitualmente desde mi ventana. Esperemos que no cause más estropicios que el de impedir disfrutar de un día soleado; aunque, por otra parte, será estupendo para el campo. Ya se sabe: nunca llueve a gusto de todos.
A lo que iba, no es tan raro lo que sucede, si es que lo que sucede es raro. ¿Qué va a ser? ¿Llueve o no? El régimen de lluvias del Mediterráneo es irregular; y los factores que influyen son imponderables: nos enfrentamos a un fenómeno caótico y errático.
Incluso disponiendo de satélites y de medidores ultrafinos, podemos estar perplejos ante un megatsunami que produce terremotos regulares cada 90 segundos, causado por olas de 200 metros, en un perdido fiordo de Groenlandia. No daban con lo que medían los sismógrafos hasta que localizaron el lugar exacto a través de satélite: observaron el taponamiento de un fiordo causado por el deslizamiento de una montaña de hielo y rocas. Las olas iban y venían de un extremo a otro, rebotando en las paredes. También hemos tenido noticias de un volcán submarino, de gran intensidad, el Hunga Tonga. Se encuentra en medio del Pacífico y ya ha volcado a la atmósfera, desde que iniciara su erupción en enero de 2022, unos 146.000 millones de litros de vapor de agua, incluso más allá de la troposfera: hasta 50 km de altura. Habitualmente se considera que el CO2 es el gas que calienta la atmósfera, pero no es el único: hay que contar con el vapor de agua. No es lo mismo estar en un lugar seco que en uno húmedo: en Valencia sabemos que si hay humedad, aunque no haya una alta temperatura, sentimos el bochorno, pegajoso; y si es invierno, el frío, aunque no sea intenso, nos cala todos los huesos. Ese vapor de agua lanzada a la estratosfera y más allá ha sido excepcionalmente grande –desde la época satelital, el más grande- y provoca también un calentamiento de la superficie de la tierra. Así que no todo hay que cargarlo a la cuenta del CO2, lo que no anula, por otra parte, la parte correspondiente al mismo; pero sí modula y aquilata las afirmaciones apocalípticas que aterrorizan. Y puestos, hay que saber que en verano hace calor; y en invierno, frío. Mientras eso sea así, no estamos ante un escenario ‘terminator’, lo que no quiere decir que no haya que considerar algunos elementos antropogénicos para restaurar las cosas: por ejemplo, los plásticos, la acumulación de productos químicos, etc. Hay mucho que no sabemos y, por esa misma razón, hay que ser cautos y precavidos, sin asustar. Pero el ser humano es un animal inadaptado y, por esta misma razón, vive desde el trópico hasta los polos.