Pedro López
Publicado en Levante, 12 de diciembre de 2024
Cuando uno se imagina a los ángeles lo ha de hacer con cuerpo (sería imposible hacerlo de otra manera), aunque sean seres incorpóreos. Los pintores crean una atmósfera visible de algo invisible; y así los Querubines y Serafines figuran en tonos sonrosados –aunque como cantaba Machín, también los hay negros-, rubicundos, flotantes, más listos que el hambre, y con cara de pillos. A veces, si falta destreza al artista, aparecen un poco alelados, lejanos de las cosas de este mundo, quizá por la dificultad de conseguir efectos contrarios, extáticos y dinámicos a la vez.
Cuando se representan Dominaciones o Potestades ya son ángeles de cuerpo entero en los que sale a relucir la fuerza, contenida, pero impetuosa y arrolladora. Aunque no tienen una potencia intelectual tan completa como los anteriores, son augustos representantes y organizadores de toda la creación, visible e invisible.
Finalmente, están los ángeles (de la guarda) y arcángeles que son los más cercanos a nosotros y que en la Biblia aparecen ayudando a los hombres, cuando estos yacen extenuados o han de sostener una lucha desigual que les excede. El paradigma de figura angélica es la narrada en la agonía de Cristo, en el huerto de los olivos, cuando es confortado por un ángel ante la ausencia de los suyos que están adormilados. El sentido de la palabra «ángel», en griego, es el de enviado o mensajero que ha de cumplir la misión encomendada. Por ejemplo, los ángeles de la guarda nos ayudan a comprender la verdad acerca de Dios y de los demás, por lo que el empeño de los diablejos, que también son seres angélicos, pero tontos -son más sagaces por viejos que por diablos-, consiste en eliminar de las mentes de los hombres todo aquello que trascienda, para que se centren en lo de abajo, como si esto fuera lo definitivo: disfrutar, hacer acopio de riquezas, cancelar al que molesta, etc.
Bueno, el lector dirá que hoy estoy un poco salido o que a cuento de qué viene esta angelología. Si ha llegado hasta aquí, y me alegro si lo ha conseguido, es para deslizar lo que tantos y tantas refieren estos días: un ángel me salvó; ya no lo contaba, pero una mano me devolvió a la vida. Una y otra vez: es la cantinela.
Sin duda, el pueblo sencillo ve, detrás de estas cosas, una acción operante, un poder invisible, una circunstancia inexplicable. Bien es verdad, que se podría decir lo contrario de aquellos -desgraciadamente no son pocos- que han perdido la vida: pero desconocemos qué y cómo actuaron los ángeles en estos casos. Suponemos que con firmeza y contundencia para ayudarles a alcanzar la otra orilla: la vida eterna.
Los voluntarios fueron los primeros en llegar a las zonas más afectadas, llenos de poderío y bullicio, como enviados de Dios. Y lo fueron, la mayoría por convicción religiosa –conviene tomar nota al respecto-, otros atraídos por el ejemplo y las ganas de los primeros. Todos con el empeño de su buena voluntad.