Pedro López
Publicado en Levante, 8 de noviembre de 2024
Cada vez que acudo al Museo de Bellas Artes de Valencia, y suele ser con personas foráneas, me detengo invariablemente a mirar (y explicar) el cuadro de Muñoz Degrain «Amor de madre». Refleja pictóricamente la situación angustiosa, que desasosiega al contemplarla, de una madre que trata de salvar a su hijo, en medio de una intensa y furiosa riada, que la inunda con el agua al cuello, y que, con un brazo en alto, sostiene a su vástago fuera de la turbulencia desbocada de la corriente que la anega.
Una inmensa ola de solidaridad, contraria a la de la desolación, manifiesta el gran corazón de las gentes de esta tierra, que si bien anonada también ejemplariza en un mundo de egoísmos. Las narraciones épicas que hemos escuchado estos días, en relación a la tragedia y que han recogido los medios de comunicación, así lo ponen de manifiesto. No es momento para reproches que se harán a su debido tiempo, y con las garantías necesarias, para comprobar si ha funcionado o no la burocracia, es decir los organismos previstos, y si se han aplicado o no (y por qué) los protocolos y a tiempo. No toca ahora. Por eso, sería deseable que los advenedizos no hicieran declaraciones políticas echando la culpa a los otros. Los fracasos, y este es uno, son huérfanos (nadie los asume); y los éxitos, tienen múltiples padres: todos se abonan a apuntarse el tanto. Es la condición humana. Con los fallecidos en la morgue improvisada, en Feria Valencia, no es el momento, no toca. Habrá tiempo.
Conviene también ser cautos, y no caer en trampas de explicaciones simplistas que se escuchan o se leen. No es una cuestión del cambio climático o la temperatura del Mediterráneo, o al menos no solo, ya que, por ejemplo, no suelen estar aclarados y expeditos los barrancos de maleza y arbolado, cuestión capilar en este asunto. Históricamente además sabemos que estos fenómenos se producen dos o tres veces cada siglo. Influye sin lugar a dudas que llevamos ya tiempo escuchando que «viene la dana», lo que hace que, cuando llega de verdad, no nos lo creamos; o al menos no lo visualicemos. Y sobre todo que cuando se produce una gota fría de estas características ningún meteorólogo es capaz de predecir, ni siquiera con minutos, lo que va a suceder, dónde, cuándo y cuánto. Cuestiones fundamentales para prevenir este tipo de adversidades fatales.
Somos un pueblo, un gran pueblo, que, ante la desgracia, nos unimos fuertemente, nos ayudamos, nos solidarizamos sobre todo con el dolor inmenso de los que han perdido a un ser querido; y que reza, escribo estas líneas la víspera de la memoria de los fieles difuntos, por los que ya no están con nosotros: sabemos que, en medio de tanto dolor incomprensible, no estamos solos: tenim Mare, no estém desamparats, reza una vieja estrofa del himne de la coronaciò de la Mare de Dèu dels Desamparats. Podemos estar ciertamente desolados, por la pena; pero nunca aniquilados, asolados, por la falta de esperanza.