AFLICCIÓN

 

Pedro López.. Publicado en Levante, 21 de febrero de 2021

Se aflige quien no posee dónde aferrarse y corre el riesgo de venirse abajo. No es enfado, lo que supone ira, y es pasajero; sino el dolor de una inquietud, de una pesadumbre que es difícil de describir y desterrar. La narrativa de la aflicción es equívoca por cuanto apela a un sentimiento subjetivo en un proceso doloroso. No en vano la palabra aflicción proviene del latín afflictio, que significa sufrimiento. Término que se compone, a su vez, de “ad” (hacia) y flictus que significa golpe, choque, colisión (también deriva de ahí la palabra “conflicto”). Es decir, el afligido es el que va directo al porrazo, dicho sea en un sentido simbólico.

Hay una aflicción social que puede ser múltiple, y que produce estupefacción, incertidumbre, miedo: quiénes somos, qué hacemos, hacia dónde vamos, etc. Es la inseguridad de un mundo cambiante que desconocemos; o bien que nos parece que se asoma al abismo. En cualquier caso, que nos resulta hostil.

Y hay también una aflicción personal. La de quien se aboca a la zona oscura de la existencia, bien sea por una enfermedad, un sentimiento de inutilidad personal, un desgarro familiar, la muerte o la separación de un ser querido, etc. Supone pasar un duelo necesario y no significa solamente que sea un fallo neuronal a consecuencia de la deficiencia de serotonina, aunque también puedan andar juntos. No siempre los antidepresivos son la mejor medicina, como ya advirtiera Lou Marinoff en «Más Platón y menos prozac».

La aflicción puede anegarnos en amargura, pero también es un momento de liberación al tener que confiar y buscar respuestas que no disponemos; o que habíamos dado por supuestas y que en realidad eran falsas. Son momentos de verdad; y de verdades recias. El profeta Jeremías pone en boca de Yahvé estas hermosas palabras: «Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción».

Nuestro mundo científico-tecnológico es contradictorio: encuentra muchos modos de placer sensible, pero muy pocos de alegría. Porque la alegría no tiene un componente meramente sensorial. Como escribe John Keat, en su poema sobre la esperanza, «Siempre que el destino de aquellos a quienes guardo más afecto/ susurra a mi pecho una historia de aflicción y tristeza/ ¡Oh, Esperanza, de mirada luminosa, reanima mi ilusión marchita;/ Y déjame, entretanto, tomar prestados tus más dulces consuelos!».

Y citando a Pascal, para entender lo expuesto, «es peligroso el hacer ver demasiado al hombre, cuán semejante es a los animales sin mostrarle su grandeza. Es también peligroso hacerle ver demasiado su grandeza sin su bajeza. Es más peligroso todavía dejarle que ignore lo uno y lo otro. Pero es muy provechoso representárselo uno y lo otro. Es preciso que el hombre no crea que es igual a los animales ni a los ángeles, y que no ignore ni lo uno ni lo otro, sino que sepa lo uno y lo otro».

 

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