Publicado en Levante, 4 de noviembre de 2022
Pedro López
En mi pueblo, a capón significa dar un golpe en la cabeza con el nudillo del dedo corazón; pero tiene también una significación particular: cuadrar a capón. Cuando no hay manera de arreglar algo, y hay que terminar el asunto, se hace a capón. Por ejemplo, se indica que las cuentas se cuadraron a capón, cuando no había manera de hacerlas concordar sin hacer alguna trampa ingeniosa o creativa (luego a eso se le ha llamado ingeniería financiera): ya se sabe que el círculo nunca puede ser cuadrado, salvo que se haga a capón.
El caso es que se ejecutan diseños urbanos, planes y leyes a capón. No es que no haya que hacerlos en algún momento; pero vamos tan deprisa que se tira por la calle de en medio sin pensar mucho en los desaguisados que luego se pueden organizar. Y en cosas muy variadas, desde menudas hasta aspectos que complican o pueden dificultar la vida de las personas. Veamos algunos ejemplos. Se ha puesto de moda que por el centro de las ciudades han de circular los menos vehículos posibles y los que lo hagan han de ser no contaminantes, mejor si son totalmente eléctricos; pero para comprar un coche (híbrido o eléctrico) de esas características hay que disponer de 30 mil euros (para empezar). ¿Quién se lo puede permitir? Una persona adinerada.
Vayamos con otro ejemplo, los carriles bicis tan convenientes y más en una ciudad llana como Valencia, son una solución óptima; pero que hay que estudiar bien el recorrido para no organizar líos, embotellamientos, atropellos, etc. En nuestra ciudad, hace algunos años, se logró un equilibrio entre los viandantes y el parque móvil. Se podía circular con rapidez –de hecho llegó a ser la ciudad española que menos tiempo se tardaba viajando en vehículo-, para regresar de nuevo a los atascos (y a la contaminación correspondiente), sin que haya crecido significativamente el parque móvil ni el nivel de circulación. Parece que ha faltado un poco de sosiego en la ejecución del carril bici y no hacerlo a capón, como me parece que se ha actuado en algún trayecto.
Un tercer aspecto, quizá más serio y que, desde luego, necesita un comentario más amplio. Las prisas, que son malas consejeras, y las ideologías que son peor todavía, van camino de endilgarnos una ley trans que es un desatino. Cuando no se tiene claro que ser hombre o mujer es una realidad biológica, sino que se considera un mero rol que se puede cambiar a gusto, empezamos como con las vacas locas: que en lugar de darle pastos herbáceos le dábamos a comer harinas procesadas de carne y pescado: un jaleo; y las pobres se volvían locas. Nos costó darnos cuenta, pero se ha rectificado. Y ya parece que están cuerdas. El problema lo van a tener esos chicos-as que sometidos a tratamientos brutales para cambiar la biología, los vamos a intoxicar de por vida con cócteles hormonales y cambios quirúrgicos y metabólicos que serán perniciosos; y todo porque sentían una disforia de género cuando tenían 12 ó 13 años (entre otras muchas que se pueden sentir a esas edades o posteriores). En fin, tiempo hay para arrepentirse de las barbaridades que hacemos los humanos, aunque el daño a los vulnerables estará hecho. ¿Habrá responsables? Me temo que no.