Pedro López
Publicado en Levante, 4 de diciembre de 2024
Los protocolos son un conjunto de reglas a seguir en situaciones concretas para actuar con precisión y rapidez. Son orientaciones para decidir prontamente ante una situación crítica, y despejar dudas que eviten prolongar dubitativamente un tiempo de decisión que suele ser vital.
Todavía me acuerdo de las declaraciones del responsable de bomberos cuando el incendio en Campanar, hace un año, y en el que fallecieron diez personas. Explicaba que se había implementado el «protocolo». Entiendo que debe de haber este tipo de disposiciones, pero quien toma el mando de una contingencia de esta naturaleza ha de conocer su oficio. Y saber que los protocolos están para, de vez en cuando, saltárselos, porque un imprevisto surge en cualquier situación y hay que actuar de otra manera, y asumir el riesgo.
Nos ha pasado algo parecido en las inundaciones con el Cecopi (Centro de Coordinación Operativa Integrado) órgano colegial con representación autonómica, provincial, estatal y de los organismos afectados (Aemet y Confederación hidrográfica de Júcar entre otros). Desde las 7.30 am del día 29 de octubre sabíamos de la alerta roja por posibles e intensos chubascos, como venía anunciando la Aemet. Pero, con todo y con eso, la catástrofe no se evitó ni, lo que es peor, se avisó. Todos comentan -¡qué van a decir!- que se ajustaron al ‘protocolo’, y que comunicaron por ¡correos electrónicos! lo que estaba sucediendo (la próxima vez se puede avisar por palomas mensajeras que son más seguras cuando se va la luz). En cualquier caso, viendo lo que se venía encima (¿o no lo vieron?), no me explico cómo a nadie se le ocurrió llamar por teléfono para advertir de viva voz de la situación: ¡Se acerca una enorme riada y no has lanzado alerta alguna! Quizá absorbidos con la posibilidad del desmoronamiento del pantano de Forata no se enteraron de la que venía por el barranco del Poio. ¿Todos? No parece aceptable ese silencio y como pregunta Javier Arias, en su artículo Danagogia de Levante-EMV del día 26 de noviembre, «¿Nadie fue capaz de llamar por teléfono para alarmar de la gravedad, si es que la había? ¿Enviar correos en una situación de emergencias es asumible y profesional? ¿De verdad?» ¿Se trató de pillar desprevenido al adversario político? ¿Tan ruin y cruel es la cosa? Da pavor solo de pensarlo. Todos lavándose las manos. En una situación de esta guisa hay multitud de errores humanos coincidentes hasta la catástrofe. Pero la impresión que da es de negligencia, o cuanto menos de torpeza.
Posiblemente una simple y sencilla llamada telefónica hubiera evitado, si no el desastre, sí muchas muertes. Seguir el protocolo quizá sirva para librarse de un proceso penal; pero no de la responsabilidad moral. Da la impresión de que se ha cumplido al pie de la letra el dicho «reunión de pastores, oveja muerta». ¿Tan deshumanizados estamos?