Pedro López
Publicado en Levante, 23 de julio de 2024
si alguien elogia a Inglaterra es inglés; si, en cambio, vilipendia a Alemania es francés (supongo que será igualmente válido al revés); y si farfulla contra España es español. Muy hispánico: de los míos hablaré mal yo, pero no que lo hagan los ajenos. Con este breve chascarrillo pincelamos varias de las grandes naciones que conforman Europa.
Pues bien, el haber ganado la Eurocopa, dirá algún pedante, que eso «hace país», expresión un tanto insulsa e insustancial. Como si país, que viene de ‘pago’ –pagano y paisano-, y que se refleja en el ‘paisaje’ circundante, se ‘manufacturara’: una cosa que nadie sabe realmente en qué consiste (ni «hacer», ni «país»). En América hispana se habla de patria; y, en referencia a España, aún resuena la expresión madre patria: aquí el franquismo hizo que no se hablara en la democracia de patria; pero de esto hace 50 años. Ahora hay dos naciones que miran hacia España con el deseo de constituirse en ‘provincias’ o autonomías’, como antaño lo fueron (ciudadanos españoles). Puerto Rico y República Dominicana nos observan con bastante cariño; y una parte importante de las poblaciones respectivas consideran la posibilidad de adherirse a España, si ésta les abriera los brazos. Se necesita tiempo, pues no se alcanzó Zamora en una hora, como reza la paremia. No sería descartable que lo mismo hiciera Cuba, con la que tantos vínculos nos hermanan, una vez caiga la dictadura que se desmoronará: no hay mal que cien años dure (ni quien aguante tantísimos sufrimientos y penalidades). No es volver a la nostalgia histórica de un paraíso –o ‘imperio’- perdido, nada más lejos, sino de mirar con esperanza un futuro mejor, dinámico y abierto, que es posible y realizable, ¿por qué no? Quizá tampoco esté lejos la posibilidad de que Portugal y España lleguen a una federación o confederación ibérica, pues tal como está planteado el sistema autonómico y de la unión europea, sería perfectamente posible alcanzar esa unidad política, cultural, educacional, sanitaria, etc. No hay que olvidar que la capitalidad de Madrid fue elegida por Felipe II teniendo en cuenta a Portugal, precisamente por su posición geoestratégica respecto a las grandes capitales ibéricas de entonces: Sevilla, Lisboa, Valencia, Barcelona.
Comento todo esto, a rebufo de la alegría por el triunfo de nuestros deportistas, y de la ilusión avivada y generalizada, también en País Vasco y Cataluña, y recogida incluso por los sismógrafos, en la que se muestra la satisfacción y el contento de considerarse formando parte de una gran nación, como demuestra la historia, sin detrimento, como es lógico, de las muchas y buenas cosas de las demás naciones. Un gozo que no se detiene de modo sensiblero y futbolístico, sino que conviene que sea más profundo y racional. De igual modo que nos «emociona» formar parte de Europa, con más motivo nos tiene que estremecer ser españoles y no solo porque ganemos al fútbol o nuestros deportistas nos den tantas buenaventuras, sino por algo que realmente vale la pena: formamos parte de lo más granado de la cultura humana y hemos contribuido, y mucho, a ello. Es el legado que hemos recibido y hemos de transmitir.