Publicado en Levante, 20 de febrero de 2024
Pedro López. Grupo de Estudios de Actualidad
Al principio, fue intrigante. Las asociaciones feministas y LGTB, con la ley trans, se posicionaron de forma encontrada. Era desconcertante esa rareza, puesto que los principios, sostenidos por esos movimientos, se basaban en la liberación de tópicos y de los, hasta ahora, oprimidos. Puesto que no hay naturaleza humana que sustentar, todo es un constructo cultural que se hace devenir histórico y, en consecuencia, cambiante: no cabe hablar de puntos fijos o referenciales.
Esta variabilidad, sin embargo, llegada la ley trans y el movimiento queer, se convertía en posicionamientos extremadamente rígidos y contundentes, polarizados, lanzándose acusaciones mutuas de “fobias” y otras lindezas. Y no, no era por una cuestión de que la mujer, al tener un 40% menos de masa muscular que el varón, lógicamente, lleva todas las de perder al enfrentarse a un trans en cualquier especialidad deportiva que requiera algo más que destreza. Y tampoco importa mucho la vestimenta, los piercings o los tatuajes: uno puede ir con cualquier aditamento que, por muy extravagante que sea, no produce la más mínima extrañeza. Entonces, ¿cuál es la razón de la mutua cancelación entre feministas y grupos LGTBIQ+?
En la colonización conceptual y del lenguaje propia de la dialéctica hegeliana, aceptada e interpretada por el marxismo, y que da argumentación a los enfrentados, toda tesis comporta una antítesis que inaugura, en su antagonismo, una síntesis, que será a su vez la tesis de otra antítesis… y así ad infinitum. Es la condena de Sísifo: un eterno e inútil esfuerzo, convertido, en el presente momento histórico, en una estéril lucha de sexos y/o géneros.
El resultado de todo este proceso no puede ser otro que el de la cancelación mutua porque parece que ya no hay síntesis a la que llegar. Pero, sorpresa, porque aparece el transhumanismo, el ciborg, que está desligado del sexo y de la carne corrupta, en pro de la “pureza y la indestructibilidad” del silicio. Ahora la lucha será entre los humanos y las máquinas humanizadas. Vemos que el camino emprendido de la desexualización supone a su vez la deshumanización por la desencarnación. Partir de un continuo proceso histórico-evolutivo sin fin lleva a un lugar equivocado: que el ser humano se transforme en un ciborg.
Quizá tengamos que desandar lo andado, pero ha de pasar un tiempo hasta comprobar que, como con el fentanilo, las ideologías no son neutras y nos convierten en zombis de nosotros mismos. Es la hybris, la borrachera, la desmesura, que nos ha llevado a que todo ha de estar bajo nuestro control. Nos hemos dado una importancia excesiva y hemos desatendido lo fundamental. En mi opinión, lo más urgente y necesario es devolver el estatuto ontológico a la naturaleza humana. La physis, decían los griegos, para caracterizar lo dado, que es la idiosincrasia de la creación; ésa que ahora echamos de menos con el “progreso desarticulado”, y que nos va a llevar de cabeza los próximos decenios, porque en el fondo es un retroceso inasumible.