Publicado en Levante, 22 de septiembre de 2022
Pedro López
Tenía elaborado esta disertación para enviar a Levante-emv, cuando me encuentro, hoy día 20 de septiembre, con uno parecido, titulado “Evitar los grandes incendios”, con una bella factura, elaborado por José Vicente Oliver, Javier F. Urchueguía y Manuel Civera, lo que ciertamente me ha alegrado. Van al fondo de la cuestión en la que no puedo estar más de acuerdo.
No obstante, al respecto de lo escrito en los últimos meses acerca de los incendios forestales, quisiera matizar algunos aspectos. Por ejemplo, se ha dicho que si se clarea el monte no se produce biodiversidad, pues para que la haya es necesario dejar al monte a su suerte. Es un error. No hay mejor desmentido que indicar que una planta cuanto más se cultiva (por el hombre) más se diversifica. Pensemos, por ejemplo, en la vid: hay más de 3.500 variedades; en la patata, hay más de 2.000 variedades… y así podríamos decir de los tomates, cereales, legumbres, etc. Por tanto, la biodiversidad no tiene mucho que ver con la naturaleza “salvaje” sino con la naturaleza “domesticada”. Y lo que rodea al hombre, desde la noche de los tiempos, está siempre domesticado, aunque parezca “natural”.
El monte mediterráneo está destinado a ser engullido por las llamas cada cierto tiempo, pues lo forman plantas pirofitas (amigas del fuego). Es el ciclo del carbono, nitrógeno, fósforo, etc. –en la naturaleza todo se recicla- a través del fuego, ya que no hay suficiente humedad como en los bosques de climas templados o tropicales, para que sean los hongos y bacterias los que produzcan su descomposición en un proceso de “lenta combustión” que es la oxidación saprofítica. Por tanto, son plantas que producen compuestos altamente inflamables: esencias, aldehídos, ésteres aromáticos, polialcoholes, terpenos, gomas, resinas, etc. Están programados para renovarse a través del fuego.
El monte “privado” supone en nuestra Comunidad el 35%, pero es evidente que, como no es rentable, está en abandono y aumentando por la dejadez de cultivos en tierras poco propicias que se transforman en maquis rebozado de maleza. Por otro lado, corresponde, más o menos, un porcentaje similar a los predios comunales y, por tanto, hay que coordinarlo con los Ayuntamientos. Otra parte es de titularidad de la Generalitat. Además, no hay que olvidar que un porcentaje no desdeñable (20%) se desconoce su titularidad y que, por lo tanto, de algún modo, pasa a ser de gestión pública.
Pues bien, con estas cifras y teniendo en cuenta el hecho de que los entes inferiores deben asumir las competencias de que disponen y desplegar lo que está en sus manos; y que los superiores deben subsumir, en caso de necesidad, lo que no pueden realizar los entes inferiores (principio de subsidiaridad), conviene ponerse las pilas y ver cómo solventar, de una vez por todas, la cuestión de los incendios forestales. Salvo que queramos que nos siga pasando –y cada vez más- lo que nos pasa, con los arrases que sufrimos fruto de la violencia de fuegos inextinguibles.
No vamos a ser tan ilusos como para pensar en la abolición; pero sí lo suficientemente realistas como para hacer que los daños sean limitados; y no dejar que haya hipermegaincendios que arrasen con todo lo que encuentran por delante. No es mucho lo que hay que gastar, pero sí lo necesario para que nuestro medioambiente no se vaya deteriorando a marchas forzadas. Y lo podamos disfrutar nosotros, nuestros hijos y nietos.