Publicado en Levante, 30 de enero de 2022
Pedro López
A mi amigo ucraniano lo he visto preocupado. Y eso que es animoso. Hace años se estableció en Valencia. Estaba un poco hastiado de la corrupción en su país, y de una lucha que llegó a considerar como quijotesca: tenía razones. Se ha esforzado admirablemente por aprender con rapidez y perfección tanto el castellano como el valenciano. Le he preguntado cómo ve la situación actual de Ucrania: salvo el inquilino del Kremlin, nadie sabe qué va a ocurrir. Pero los tambores de guerra suenan cada día con más fuerza. Tiene la experiencia de que Putin no ha ido de faroleo… hasta el presente; y la historia reciente lo demuestra: la anexión de Crimea y la guerra de Dombás en su propio país; Georgia; Bielorrusia; recientemente Kazajistán bajo el paraguas del apaciguamiento… E incluso en otros escenarios más alejados como Siria. Y siempre ha ganado. Sabe de la debilidad de EEUU -la reciente retirada de sus tropas de Afganistán, es un botón de muestra-, de las dudas de Biden y de los líos con China; y del miedo de la UE, especialmente de Alemania que, con el asunto energético del gas, una vez decidió cerrar las nucleares, se ha echado en brazos de Rusia. Por exigencias del guión, ha construido el gaseoducto nordstream-2 para que, en caso de conflicto –o no- con Ucrania, el gas que necesita Alemania, que es mucho, no dependa de contingencias geopolíticas.
¿Qué hacer si EEUU no se aviene a las exigencias de Moscú? Mi amigo lo tiene claro: la situación es crítica y la guerra puede desatarse en cualquier día o momento.
Hasta aquí la apreciación de un buen conocedor de la situación de su patria. Uno no es especialista en la materia, solo he trasladado su opinión. Ahora me gustaría considerar un aspecto: el daño profundo que, en cualquier sociedad (y en el mundo), produce el nacionalismo que es, por definición, exclusivo y excluyente. Un caso paradigmático lo tenemos, antes del inicio de la segunda guerra mundial, cuando Alemania comenzó a anexionarse los territorios en los que había una población de lengua germana para darles protección -Austria, los sudetes en Chequia, Polonia para anexionarse la zona de Danzig y la silesia alemana-, y aquí se rompió la cuerda. Ahora no es lo mismo. Una guerra entre potencias nucleares podría desencadenar un conflicto de dimensiones jamás visto. Sin olvidar que China tiene a su ejército dispuesto para invadir Taiwán en el momento que vea debilitarse a EEUU, pues la considera una provincia propia (rebelde), un caso de política interna; y no admite ‘injerencia extranjera’ alguna.
Occidente da la impresión de que no entrará en guerra; aunque facilitará ayuda para que… los ucranianos se defiendan solos. Y a esperar mejores tiempos: que la ocupación comience a ser dañina a los propios rusos, tanto por las severas restricciones como por la guerra de guerrillas que se organizará: el ejército de Ucrania no tiene mucho que hacer. Se avecinan tiempos difíciles. Convendría sacar un edicto municipal para poner en las marquesinas de la EMT: ¡por favor, con la que está cayendo, si saben, recen!