SEMIDESNATADA

 Pedro López

Publicado en Levante, 25 de octubre de 2024

Recuerdo que cuando a mi madre le detectaron una isquemia coronaria le indicaron que debía reducir el consumo de grasas; que ingiriera leche semidesnatada. Un buen día la descubrí en la cocina con un tetrabrik de leche entera que volcaba sobre una jarra de cristal y a la que añadía agua del grifo hasta llenarla. Le pregunté por lo que estaba haciendo, y después de comentarme la recomendación nutricionista, me soltó la siguiente frase: «para pagar un litro de agua al precio de la leche ya la añado yo, que sale más barato». Acostumbrada desde niña a tener que lidiar con estrecheces, su sentido común le indicaba que con ese sencillo «truco», en lugar de un litro tenía dos. Al momento, me quedé ‘horrorizado’. Reflexioné unos segundos y me di cuenta de que tenía cierta razón. Es verdad que las proteínas lácteas se diluían a la mitad y el calcio también; pero eran perfectamente suplementadas por el régimen nutricio que llevaba y la medicación prescrita que tomaba; y, desde luego, la grasa de la leche, la nata, quedaba al 50% (semidesnatada).

Ahora, surgen voces afirmando que es preferible tomar leche entera en lugar de semidesnatada, no digamos si es totalmente desnatada. Entre otras razones porque, desde el punto de vista nutricional, satisface mejor el hambre –las grasas sacian enseguida-, pero es que además, la grasa de la leche, aunque sea saturada, no provoca los mismos efectos que otras similares: no tiene efectos perversos sobre el colesterol «malo» y es, por tanto, bastante más ‘saludable’ y beneficiosa de lo que inicialmente, hace años, se pensaba. Y aquí está el meollo de la cuestión. Ahora se aconseja tomar mantequilla y menos margarina. ¡Las vueltas que da la vida! De todos modos, doctores tiene la medicina y sería del género necio no atenerse a las orientaciones de un profesional.

Además, llevamos años con un cierto revisionismo en cuanto a la dieta sana, en la que se recobra, cada vez más, el sentido de lo «natural», cuya fuerza se impone cuando se miran las cosas con más ciencia. Conviene ‘escuchar la naturaleza’: es más sabia que nosotros. Y se precisa de más racionalidad y de una mayor sensibilidad crítica. El advenimiento de las nuevas tecnologías, la profusión de medios de comunicación y redes sociales, y el hecho de que hay que llenar de contenido a los pacientes lectores (en el doble sentido de paciente-enfermo y de tener paciencia), están produciendo una sobresaturación de informaciones sobre salud, alimentación, nutrición, etc.; a veces contradictoria. Es el famoso doctor Internet, del que los profesionales están hasta la coronilla. Pero se va imponiendo el sentido común, y ya se vislumbra un mayor conocimiento entre la población y cierta capacidad de discernimiento, para, entre otras cosas, no volvernos hipocondríacos. Detrás de las modas y vaivenes hay, a veces, intereses espurios de la industria tanto alimentaria como de la farmacéutica o parafarmacéutica. Es una confusión entre lo natural y lo artificial, entre el ecologismo radical y doctrinario frente a la ecología científica, que no es apocalíptica. Si no nos atenemos al sentido de lo natural, solo se consigue un efecto desestabilizador del sector primario (ganadero y agrícola), del cultivo y cuidado de la naturaleza (bosques y medio ambiente), y lo más importantes, de nuestras mentes, que trastornan lo que comemos, dónde vivimos y lo que pensamos hasta volvernos tarumba

Deja un comentario

Las cookies nos permiten ofrecer nuestros servicios. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies. Más información.