Publicado en Las Provincias, 27 de agosto de 2022
Salvador Peiró i Gregòri
El Ministerio de Educación parece que establecerá una prueba especial para quienes pretendan cursar los estudios de magisterio (27/enero/2022). La idea no es nueva, ya funcionó antes de dos maneras: una especie de reválida para quienes provenían del bachillerato y otra, de madurez, para los que pasaban el preuniversitario. Ahora, el problema se sitúa entre si es conveniente y la popularidad tal planteamiento.
La justificación formal de tal pretensión estaría respaldada porque la nota para entrar en los estudios de magisterio es baja. Por ello, en las aulas de primer año de carrera nos encontramos entre un 10 y un 50 por ciento que eligió, como primera opción, estudiar el Grado de Maestro; siendo el resto los rehusados de otras facultades.
A tales porcentajes habría que añadir que una mitad no estarían dispuestos a ejercer tal profesión, no les gusta… les falta vocación.
Por unas cifras y por otras, encontramos cierta desilusión en los estudiantes de magisterio. Tal apagamiento habría que interpretarlo en una carencia de coordenadas socio-culturales que situaran la docencia en su lugar. Casi finalizando el primer año, ese 10-50% que sí deseaba ser maestro comienza a percibirse como “des-vocacionados”. Y eso se contagia, emocionalizando el uso de la inteligencia.
Con tal examen previo parece que se desea verificar si los candidatos son “comunicativos”, poseen “razonamiento crítico” y dominio “lógico-matemático”; así como ciertas competencias profesionales. No tenemos constancia de que hayan pensado en otras dimensiones, ni el desglose de tal profesiograma. Tampoco se averigua si hay o no vocación docente.
Este último punto me mueve a pensar si se trata sólo de cierto ejercicio, al modo de moral sin contenidos. Quiero decir que tales aspectos a valorar deben efectuarse con lo que las diversas generaciones han elaborado y pervive entre nosotros, ya que, gracias a esta herencia, vivimos una vida más sana, más eficaz, mejor convivencial, bella, buena, trascendente. Es decir, si tales exigencias para con los candidatos no se efectúa mediante la cultura, resultarán castillitos en el aire.
Pero, no hay que interpretar el tener cultura como sólo erudición o apariencia externa; tampoco significaría que no posee títulos, encomiendas, etc. La persona culta es la que se sabe situar en la cadena de las civilizaciones, distinguiendo lo permanente de lo mudable; entiende si uno o varios aspectos de su cultura se hallan en crisis; logra tomar elementos para solucionar los conflictos que le sobrevinieran… Es decir, posee madurez porque ha asumido los valores de ese contexto socio-cultural como suyo para convertirlos en virtudes, por ello manifiesta un carácter equilibrado.
Esto presupone que ha asimilado sistemáticamente (con orden y sin trampa o lagunas) las asignaturas de sus estudios. No obstante, como las asignaturas no agotan toda la realidad vital de nadie, habrían de ser aprendidas tratando de referirse al sentido originario de sus nociones, con los valores que cada concepto tenía entonces y mantiene en este momento.
Habría que valorar si el candidato ha integrado lo geográfico (localización, conexión, causalidad) desde su zona (localidad y comarca) a lo universal, pasando por la española; si ha relacionado los hechos históricos en tales lugares y modo de construir su realidad actual; qué sentido tienen las concepciones del mundo y los valores, constatando lo común de los variable, así como la pluralidad y la coherencia; distinguirá la catequesis de la religiosidad, aprendiendo el carácter generador que tiene la religión respecto a cada área cultural y que, sin saber el hecho religioso, no podría comprender ni la realidad ni a sí mismo; descubrir el valor del arte para construir la sensibilidad de las generaciones y manera de influir lo bello en su vida, siendo la estética personal un reflejo de su ética; etc., etc.
Esto de relacionar competencias con la cultura es una necesidad pero, también, es un aviso. La experiencia en USA de enseñar sólo lo pragmático causó mucho analfabetismo y, desde 1981 que se deseó rectificar, cuesta mucho rectificar. Las consecuencias son de tipo conflictivo, violencias, económicas, pobreza innovadora…
Por el enfoque que tiene el desarrollo de los estudios de magisterio, si esta exigencia cultural se pospusiera para que los candidatos al magisterio (o master de profesorado) la alcanzaran durante sus estudios en la carrera, podríamos sorprendernos de las lagunas que tales docentes sufrirían. La consecuencia se notaría en la falta de madurez que nos llevaría a preguntarnos, ¿puede un ciego guiar a otro ciego? El docente ha de poseer buena cultura para disponer de madurez, a la vez poder educar a los que, por edad, no han llegado a la auto-posesión de sí (inmadurez).