PASCAL Y SUS PARADOJAS

Publicado en Levante, 17 de julio de 2023

Pedro López. Grupo de Estudios de Actualidad

Grandeza y miseria del hombre forman la paradoja que está en el centro de la reflexión y el mensaje de Blaise Pascal. Así comienza la carta apostólica que el papa Francisco ha publicado recientemente con motivo del 400 aniversario de su nacimiento (19 de junio de 1623), que ha pasado desapercibida y que, sin embargo, tiene más miga de lo que a primera vista pudiera parecer. Son unas pocas páginas sabrosas en las que anima precisamente a leer los pensamientos de Pascal: una joya.

El mundo del siglo XVII se va construyendo con el desarrollo de las ciencias y de la técnica. Es el siglo de Newton, Descartes, Galileo, Kepler y tantos otros; y en el que, sin embargo, se va a ir abandonando la filosofía en pro de la búsqueda de certezas (el racionalismo). Pascal no es ajeno a su tiempo, pero no transige con la banalización de la filosofía que hacen sus coetáneos. Él es un portento y un baluarte de su generación: matemático, geómetra, físico, naturalista, inventor, y, por supuesto, filósofo y pensador. Ve venir la catástrofe del hombre emancipado, que se hace a sí mismo y que no necesita de Dios. Intuye la desgracia que eso supone para la humanidad. Y escribe en su madurez los pensamientos en los que aborda estas cuestiones de una manera paradójica: «¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?» (Sal 8,5). «¿Qué es el hombre en la naturaleza?―-se pregunta Pascal-― una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada».

Ahondando en esa sana inquietud, afirmaba cosas espléndidas, y de sentido común, que tanto nos pueden ayudar hoy día, pues los seres humanos de todas las épocas somos muy parecidos: «Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo». Sublime. Muchos siglos atrás, el Crisóstomo también escribía comentarios similares, como otros muchos que, a lo largo de los siglos, han reflexionado de manera similar: «Al vencedor en los juegos olímpicos, el que los preside lo proclama y lo corona… y lo colman de honores; y en fin quienquiera que es bien servido al que bien lo sirvió lo recompensa; ¿y sólo Dios, tras de tan abundantes sudores y grandes trabajos, no dará a los suyos premio alguno ni grande ni pequeño; sino que esas personas excelentes que acometieron toda clase de virtudes, habrán de quedar en la condición misma que los adúlteros, los parricidas, los homicidas y los violadores? ¿Es esto razonable? Si nada hay tras de la partida de este mundo; si todo lo nuestro está circunscrito a los límites de la vida presente, aquellos justos y estos inmorales se encuentran en la misma situación».

Pascal salió al paso de esta irracionalidad en los prolegómenos del siglo de las luces, y por eso afirmaba que «el corazón tiene razones que la razón ignora». O ese otro en el que soflama que «nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo presente, que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada una eternidad». ¡Qué perspicacia! ¡Y qué estupidez la nuestra cuando nos engatusan con tanta facilidad como falsía!

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