
Publicado en Levante, 8 de julio de 2025
En medio de los rifirrafes de estos días, a costa de los escándalos de corrupción, no deja de ser una anécdota simpática el lapsus linguae de Gabriel Rufián, de ERC, en el Congreso de los Diputados, al espetarle al presidente del gobierno, que “jure y perjure (sic) que no estamos ante la Gürtel del PSOE”, en referencia a los aquelarres que han afectado, por el momento, a los dos últimos secretarios de organización del PSOE y otros adláteres.
Hay que tener en cuenta que, tanto en castellano como en catalán, jurar se escribe del mismo modo (aunque varían fonéticamente); y que, según la RAE, jurar procede del verbo latino iurāre. Antaño tenía un sentido religioso: poner a Dios por testigo de la veracidad del testimonio; y, en este sentido, solo se usaba en momentos críticos en los que se podía, por ejemplo, condenar a muerte a un sujeto. Todavía en USA los testigos de un juicio juran ante Dios poniendo la mano derecha sobre la Biblia, como vemos en las películas. En el ámbito católico, se ha sido muy estricto en fidelidad con lo dicho por Jesús en san Mateo (5, 33-37), en el discurso de la montaña, que advierte a sus seguidores que no han de jurar en absoluto, pues quién le sigue le basta con decir sí, sí; no, no; que lo que pasa de ahí procede del Maligno, padre de la mentira. El mayor disolvente social, porque socava la confianza es, sin lugar a dudas, la mentira, porque genera indefensión, inseguridad, duda, falta de credibilidad, complica las relaciones sociales y, en última instancia, requiere de la intervención de otros asegurando los contratos, con los correspondientes costes añadidos.
El verbo perjurar también procede del latín periurāre, que significa realizar un juramento falso o bien el incumplimiento de lo jurado. De ahí, la palabra perjurio; y el que realiza la acción de jurar en falso se convierte en un perjuro.