FE, CULTURA Y PROFESIÓN

FE, CULTURA Y PROFESIÓN

Publicado en Las Provincias, 26 de junio de 2020

Se sabe que las necesidades de cada persona se corresponden con grupos de valores. De manera general, podemos decir que para satisfacer tales carencias la humanidad actuó, haciendo cada familia-clan de todo, luego vinieron las especializaciones laborales. Hoy tenemos áreas profesionales. Tales son ámbitos productivos afines, que conllevan un desarrollo profesional homogéneo dentro de un ámbito productivo, con sus conocimientos y habilidades. Como cada conjunto suele usar unas tecnologías, la circulación de la información, el lenguaje, los tipos de materiales y las habilidades y conocimientos. Para facilitarlo, cada vez hay modelos de actuación más sofisticados, por lo que se exige una buena formación previa. No obstante, para desempañar humanamente cada labor, ¿basta con efectuar las labores según un protocolo?, ¿es más importante la tarea que el sujeto?

La cultura implica que en nuestro actuar hay un algo más en cada profesión. La ética cristiana en el trabajo no se reduce a cumplir el deber de trabajar y seguir unas reglas, mediando solamente las propias competencias. Hay que ver el sentido que tiene la labor, pues detrás de cada actividad se podrá descubrir lo trascendente del trabajo, tan ligado al Creador. Es decir, no es suficiente hacer y hacer, sino efectuar una obra bien hecha, cabalmente acabada. Para ello será preciso poner en práctica las virtudes humanas (puntualidad, orden, obediencia, esfuerzo, armonía, etc.), pero efectuadas con el entusiasmo de poner algo más que un ladrillo, o una puerta… Se trataría de entender cada acto como servicio a la comunidad. Pero, al llevarlo a buen término así, no debe dejarse de lado la caridad, lo cual significa tener paciencia, amabilidad, dedicación a la familia…

La combinación, del sentido dado a la tarea con el servicio a otras personas, es la materialización de la dignidad de cada persona. Esto es así porque Dios ha confiado al hombre -varón y mujer- la misión de edificar la sociedad al servicio de su bien temporal y eterno. Pero, tales dimensiones laborales no se actualizan automáticamente, pues se exige intención y competencia: para servir, servir, se dice en ‘Camino’. Es necesario que seamos nosotros, los cristianos, quienes procuremos restablecer el orden de la naturaleza, quebrantado, y devolver a las estructuras temporales, en todas las naciones, su función natural de instrumento para el progreso de la humanidad, y su función sobrenatural de medio para llegar a Dios (San Josemaría), que afirmaría ‘Laudato si’.

Sin embargo, con lo antedicho, no estamos defendiendo que un profesional occidental sea mejor que un chino, ni que la religión cristiana sea más que el taoísmo, ni que el sistema democrático parlamentario representativo sea mejor que el teocrático o el equilibrio entre tribus… No es este el tema. Sino que trato de aprovechar que nuestra civilización aporta el binomio persona-libertad, hecho que ha optimizado todas las culturas, incluidas las de los renglones de arriba. Tampoco se trata de afirmar como lo más importante el dinero o las técnicas instrumentales… Por tanto, llevaría considerar las profesiones desde lo externo al trabajador, es decir: efectuar cultura sin sujeto. Al incluir arriba los hábitos positivos (constancia, respeto, solidaridad…), tampoco tratamos de ofrecer la realidad sólo con el individuo, sin lo externo a él, sino cada labrador o mecánico o docente con relación a otros, subrayando que se trata de labor de equipo.

Por consiguiente, hay que situar la tarea en comunidades determinadas. Aquí la labor se efectúa mirando más allá porque la comunidad nos lleva a descubrir un algo más de lo que significaría un actuar mecanicista. Por esto se trabaja tomando nuestra tarea desde lo exterior a cada uno. Al trascenderse con el trabajo entenderemos que habrá que santificarlo.

Esto es lo que lleva a la autorrealización de cada hombre, ya que fuimos creados para laborar. Esto demanda primero elegir una actividad honesta, estar bien preparado para desempeñarla: pero esto exige desarrollar las propias aptitudes, a la par que poner en juego valores humanos, sociales y creenciales. Tal combinación nos potencia de tal manera que operaremos tratando de mejorarse (creatividad). Así se tiende al logro del máximo desarrollo personal. Es decir, estaremos tratando de santificarnos mediante el trabajo. Concorde con la encíclica ‘Laborem excercens’, si se atiende a la dimensión humana y social, la propia perfección como trabajador requiere la posesión y vivencia de virtudes. En cuanto mirando a la trascendencia, se opera buscando a Dios en el medio profesional en donde nos hallemos. Todo esto logrará elevarnos sobre las limitaciones internas, caprichos, malos humores y circunstancias, burlas y diversiones… que impiden el buen fin.

Arriba consideraba la profesión desenvuelta en comunidad, pero ahora se puede interpretar en cuanto a sus efectos en tal orden. Así, también esta actitud trae consecuencias beneficiosas en cuanto a lo social. Esto se concreta en que se santifica a los demás con el trabajo, se expande el sujeto hacia sus compañeros y a la sociedad, directamente e influidos por estos, tendiendo a la reforma de los modos y estructuras de la convivencia, favoreciendo el desarrollo humano y sobrenatural de los hombres.

En suma, la influencia de la religión en la cultura no significa principalmente lo que se diga, sino en vivir las virtudes humanas en las relaciones, como camino para que brillen las sobrenaturales.

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