ENSEÑAR HISTORIA, ¿CREAR PROBLEMAS?

 

Publicado en Las Provincias, 28 de agosto de 2021

 

Las personas solemos sufrir crisis, lo cual es connatural a la humanidad. Gracias a ello hemos inventado en todos los órdenes culturales. Pensemos, no sólo en los avances técnicos, en la mejora de la agricultura, o de la construcción…, y sobre todo cómo ha sucedido en nuestra historia el tránsito del enfrentarse entre hordas –exterminio de una de ambas, hasta aniquilarse–, a otra norma del Talión (ojo por ojo…) y a la ley del amor, incluso al enemigo.

Las revoluciones y guerras han traído soluciones debido al escarmiento de los daños provocados por tales hechos. La historia del arte aporta muchas imágenes de los desastres bélicos, la literatura también apoya esta síntesis intuitiva. Las diversas declaraciones de derechos: primero del hombre –Revolución Francesa–, luego llamados humanos –DDHH–,son ejemplos que enseñan el modo de evitar esas malas consecuencias en favor de la concordia y la paz.

Ahora, entre nosotros, se formula una “Ley de memoria democrática”, que parece no seguir el espíritu pacifista de los DDHH. Este parecer se interpreta porque, según leemos en la prensa, plantearía una dicotomía de individuos: los unos y los otros. A la par, trataría de implantar el modo de hacer en las diversas escuelas que, también parece pretende esa distinción. Con esto, ¿no podría extinguirse el espíritu de los DDHH, que tratan de sembrar la paz y la concordia, y que tan bien se incorporó a nuestra convivencia española mediante la Constitución que votamos casi unánimemente?

La historia, como reconoce la Antropología psicológica, aporta a las personas criterios para solventar sus crisis, sean éstas individuales o colectivas. Un sujeto, ante una crisis, no actúa sin pensar. No mira hacia el futuro sin más. Primeramente miraría lo que la historia le muestra sobre esa crisis o similares, averigua qué factores coinciden o son análogos, para saber a qué atenerse. Entonces, discierne “su” solución.

Si se enseña la historia, o la materia que sea, al modo de los totalitarismos –Hitler (Física Nazi, La lengua del III Reich), URSS (Genética socialista), la Formación del Espíritu Nacional…–, se está sembrando el enfrentamiento. Y esto podría ser causa de conflictos más agudos, en vez de fomentar la concordia y la paz.

La historia, enseñada con objetividad y sin partidismos, permitirá que los escolares conozcan los acontecimientos precedentes con la pretensión de brindar modelos de convivencia. Esto sucederá si se muestran hechos con objetividad y sin actitudes adviesas, ya que la escuela no está para esto.

En este sentido, la enseñanza de la historia debe unir a los alumnos con los ciudadanos mediante la verdad. Esto debería suceder, no sólo de dentro del estado, sino con otras naciones para construir en cada comunidad la solidaridad por amor a la humanidad. La guerra étnica comienza con actitudes micro-xenófobas.

Enseñar la verdad no es parcializarla, sino mostrar todo sin esconder nada. La manipulación consiste en enseñar parte de la verdad o enseñar mentiras. Cuando Hitler o URSS hacían este tipo de pseudoenseñanza, procedían manipulando la historia porque tenían un fin doctrinario: extender su ideología convertida en quimera. La gente es manipulable cuando en vez de desarrollar completamente su personalidad, se le conforma a base de mensajes emocionalizados (recuérdense las arengas y clases nazis).

Entonces, más que centrarse en lo que divide, habría que señalar los conflictos y la manera de solucionarlos. Para esto, es conveniente explicar las derivaciones que hubiesen seguido de tomar un camino u otro tras cada crisis. Pero, para esto no valen interpretaciones interesadas. Como enseñó Luzuriaga: hay que subrayar la solidaridad intergeneracional, no la exclusión de unos sobre otros. O, también, que aprendan la actualidad como consecuencia del pasado.

Entiendo que no son apropiadas las actitudes irreales. Por una parte, un modelo nostálgico, que es más un sentimiento, formulado: “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Este sería la negación de la humanización, con el pretexto de vivir situaciones que se redactaron como gloriosas, con actitud imperialista. Este proceder no es reducible sólo a los tradicionalistas, ya que el “progre” también sufre de nostalgia por la pérdida de bienestar, o de su juventud, o formulando análogamente: “cualquier mundo futuro sería mejor”.

Otra equivocación, entiendo, estriba en seguir un utilitarismo pragmático. La historia se enseñaría en tanto que sirviese para acaparar más y más poder. Entonces se pinta un mundo feliz a la gente, pero sin base real, sin pruebas. Se dice: “si hubiera triunfado tal hecho…, entonces… el cuento de adas”. Este planteamiento, seguido no sólo por el progresismo sino también por cierto dinerismo, siembre una desasosiego del “querer avanzar” sin pausa. No obstante, si se pregunta a estos ¿hacia dónde vamos a ir?, entonces ni contestan. No responden porque no saben,ya que no hay plan, y es porque no hay persona. Es decir, el alumno y su autorrealización completa no es su problema. Su interés es ganar…

En la enseñanza de la historia debería priorizarse la distinción entre lo que es bueno o malo, lo justo diferenciarlo de lo injusto…Claro, eliminar esto, a la vez que ignorar la naturaleza humana, tan presente en todos los acontecimientos históricos, sería un grave error. Significaría alejarse de la realidad histórica de Europa, traería el vacío a nuestra civilización, nuestra sociedad caería en la ley del más fuerte… el olvidándose así de la justicia para la paz.

 

Salvador Peiró i Gregòri, PhD. Catedrático de Universidad (ua.es). Asociación de Grupos de Estudios de Actualidad. ULIA.org

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