Pedro López
Publicado en Levante, 3 de septiembre de 2024
Mi amigo no deja de ser un idealista; y aunque parezca que lleva las de perder, como buen utópico, me pregunto qué sería de este mundo si desaparecieran los idealistas y quedaran solo los ramplones realistas. No es difícil de imaginar, puesto que ahora hay bastantes. Son los pragmáticos, los que ven las cosas solo desde el punto de vista de la rentabilidad más prosaica que suele coincidir con el ‘cash’, la masa dineraria. Esa que hay que esconder, y hacerlo bien, sin bancos ni financieras de por medio, porque Hacienda se entera de todo.
A lo que iba. Mi amigo es un quimérico que sueña con una sociedad mejorada y mejorable, no perfecta porque tal cosa es inviable. Pero que vaya a mejor por el esfuerzo, la bonhomía y la honestidad. Porque las cosas siempre pueden empeorar, por mal que estén (y al revés). Propone que dispongamos de lo que denomina «políticos de confianza». Algunos, le han advertido de la contradicción inherente de su propuesta: políticos que mantengan sus promesas, que sean coherentes con unos principios inteligibles, que busquen el bien de todos y no de los grupos de presión que comienzan siempre por el suyo propio: su partido. Y le argumentan que se trata de un sofisma, de un oxímoron, por cuanto ambos términos son incompatibles.
Él no se desanima y sigue adelante. Le parece que, aunque a algunos les resulte imposible, lo imposible es lo que no se hace. Me admira su posicionamiento, porque aunque bastantes le adviertan que el sistema no puede reformarse, porque sería como hacerse el harakiri -votar contra sí mismos-, él considera que es viable y que hay políticos no corruptos que estarían dispuestos a hacerlo. Un político de confianza, dice, es aquél que responde a sus votantes y no a la oligarquía del partido, al jefe; ése que dispone que, si te mueves, no saldrás en la foto, con lo que genera políticos que pasen desapercibidos, para repetir a las siguientes elecciones. Los que se notan, los que siguen a pies juntillas justificando los desaguisados y desvaríos del jefe, llegado el caso, y para salvar al oligarca, son sacrificados en el ara de los mentecatos, por zotes. Aunque eso sí, pasando por las famosas puertas giratorias, que para algo están: no le ha de faltar la pitanza correspondiente a su «lealtad».
Hay otro grupo de amigos que entienden que todavía estamos a años luz de la posibilidad de cambiar la ley electoral, de modo que el político electo represente a los electores de su circunscripción que lo eligieron y no al aparato del partido.
Como a uno le emocionan las causas perdidas, le animo; porque aunque lo mejor sea enemigo de lo bueno, como el sistema ni siquiera es bueno, es deseable que sea, además de bueno, mejor. Y en ello está, con su blog, razonando… me parece que no lo veremos ni él ni yo, pero la semilla está puesta y quizá con el tiempo, si no se malogra, pueda echar raíces, empinarse y dar fruto.