Publicado en Las Provincias, 7 de agosto de 2022
Salvador Peiró i Gregòri
Diversos estudios coinciden en señalar que, durante la pandemia, la instrucción recibida a distancia por los alumnos ha sido claramente insuficiente. Ante esto y otros enfoque de socialización educativa (integración, inclusión… que no es lo mismo que socialismo) se reclama la enseñanza directa en aulas, en donde priman las interacciones cara-a-cara. Pero, con la mera aplicación del modelo presencial, tal alternativa podría ser claramente insuficiente.
La insuficiencia puede ser causada por la burocratización y el mero funcionalismo escolar. En esta situación, algunos dicen que esa escuela no tiene un modelo de maestro; lo cual es erróneo, pues se trata de un modelo aséptico o no-ético. Tal manera ya se llevaba a cabo antaño. Por ejemplo, había quienes lograban el funcionariado y la inercia de la institucionalización les arrastraba en una rutina: para mañana la lección siguiente, vosotros estudiáis y yo os pregunto (memorismo); o transmitir mecánico de nociones; o enseñar valores como temas;… hasta llegar a tomar la vocación como algo rancio. El resultado, ante el fracaso o la violencia escolares, los docentes sólo reaccionan mediante parches, sin r a la raíz del problema.
Si profundizamos un tanto, ¿podrían las recientes legislaciones ser una corrección? Lo que tales normas brindan son dos aspectos que siguen el camino de más-de-lo-mismo. Tanto los listados de competencias como el grupito de valores (los llaman finalistas) se proponen descontextualizados. Si las enseñanzas se desarrollan de esta manera, los docentes muy probablemente se quemarán porque verán que el resultado de su esfuerzo será el mismo que el de la instrucción no-ética. La verdad es que podrían reducirse a un mismo modelo, como cara y cruz de la misma moneda.
Deberíamos entender que tanto las competencias como los valores no surgen ipso-facto. Emanan de la cultura y en momentos y contextos definidos. Entonces, para enseñarlos habría que hacerlos entender a los alumnos a la vez que ese bien cultural (lección, historia, situación, arte…); es decir, al aprender los hechos y nociones se los valora a la vez que se los comprende, pasado luego a la memoria del escolar.
Sin embargo, hay que añadir un aspecto fundamental más. La llamada en favor de la presencia personal de maestros y alumnos no se basa sólo en que convivan, esto es importante, pero insuficiente. Si el profesor no toma su debido protagonismo, entonces, los contravalores (pereza, superficialidad, desconfianza, egoísmo…) y las ideologías en boga entrarían en las situaciones de enseñanza-aprendizaje, en forma de currículum oculto, para desorientar la tarea escolar. Entonces, sin darse cuenta, el centro docente pierde la brújula, no guía a las personas.
Las reformas escolares deben promover lo esencial de la docencia. Con las disposiciones se debe ensalzar la vocación, que se concreta en el entusiasmo por encontrarse cada día con un grupo de estudiantes. Para ello el docente ha de preparar bien la lección para los diversos grupitos de alumnos, con los correspondientes ejercicios de aplicación, cambiando el chip: en vez de ir a la defensiva (reaccionario), adelantarse siendo cordial, paciente, líder, proyectando su autoridad…
La autoridad del docente es reflejo del entusiasmo por vivir su vocación. Esto no se logra por ley, sino por fomentar una adecuada formación inicial del magisterio (desde la infantil a la universidad).
Se trata de que cada profesor trate de lograr la excelencia en la preparación, desarrollo, ejercitación y evaluación de lo que los alumnos deben aprender. Un aspecto clave, que reflejaría la coherencia de todo ello está en la exposición de la lección. Como ya hacía Ortega y Gasset, según cuenta J. Marías. Se trata de ofrecer clases con significado, en vez de competencias o ideologizaciones, que más que ilustrar “aborregan” por ser tediosas y enajenantes. Si uno proyecta su dedicación a las lecciones con valores auténticos (valores no sólo sociales, sino también humanísticos) cada alumno se sentirá interpelado, atenderá más, participará en el proceso de ideación y aplicación de los contenidos a aprender. Entonces ocurrirá lo que algún alumno decía a otro, no me salto la clase, pues “no me la puedo perder”.
El docente, que tratase de enfocar su profesión con esta calidad, no debería dejarlo para cuando comencé el curso, pues entonces ya sería tarde, ya que la inercia institucional le arrastraría. En estos días de vacaciones es al momento para posicionarse ante su yo-profesional y tomar decisiones cualitativas.