Publicado en Las Provincias, 6 de marzo de 2023
Salvador Peiró i Gregòri. Grupo de Estudios de Actualidad
Según los datos objetivos, desde 1948, el desequilibrio del contenido y función de la educación va de mal en peor. Si entonces los estudiantes se rebelaron en las universidades (Kai Hermann,1968; Paul Goodman, 1975), era para denostar un enfoque libresco-enciclopédico de las clases (meros apuntes a memorizar), pero tal modelo era replicado en la primaria y secundarias, sin que nadie avezara de tal fallo. El resultado consistió en sustituirlo por un reformismo funcionalista (en la familia, por mera ignorancia imitadora). Así, la educación –familiar y escolar– plantea la virtualidad de yuxtaponer una mera reproducción de nociones (para mañana el tema siguiente), que exigía mucho esfuerzo y sin captar el sentido de esa cultura, requiriendo un memorismo mecánico; junto al cual se trataba de adaptar a lo social, efectuando muchas actividades, aunque con esfuerzo ausente. Así, de ninguna manera se avanzaba, y se entraba en la crisis.
Paulatinamente, el primer modelo fue erradicado, quedando algunos testimonios de ese falso humanismo, pasando a llevarse a cabo un activismo que, como dijo alguien que visitó un aula: ¡aprender… aprender… no sé, pero lo que es divertirse… mucho! En esto fue relevante el, famoso para la época, informe de Coombs (1971: La crisis mundial de la educación), que condenaba el enfoque humanístico en pro del social-funcionalista basado en la TGS. Así, mediante la Unesco se influyó para modificar los “sistemas” educacionales. De este modo, a la chita callando se entra en un cambio profundo de consecuencias importantes. Pensemos en las altas tasas de fracaso escolar, abandono de los estudios (PISA, TALIS), la politización, la pasividad de familias, docentes y alumnos…, que desemboca en pensar que es otro quien debiera resolver el problema.
Mas, ¿Cómo se resolvería esto si no se piensa en la raíz? Lo digo porque hay dos posturas. Una que postula acabar con la crisis mediante la desescolarización o supresión de la escuela (Reimer, Illich), aunque cayendo en el individualismo del buscarse cada cual su solución; enfoque que condenaría a los menos dotados a caer más bajo de lo que se está yendo (¿cabe profundizar más en la ignorancia? ¡si, lo observamos por doquier!). El otro decantamiento, que es predominante, está ligado con la politización; no se trata de enseñar la cultura haciendo que los alumnos descubran el sentido originario de cada tema, sino de reconstruirla (con Hitler, la revolución semántica del LTI; por acá: deconstruir los valores para cambiar de sentido la cultura (por ejemplo: desmontar los derechos humanos con otros derechos llamados de tercera generación), tratando de ¿enseñar? Matemáticas con perspectiva de género, visión negativa de España, elementos de lo social diferentes a la sociedad misma, o Biología negando datos evidentes, etc.
La vivencia de tal crisis se nota en hogares y escuela, pues las reflexiones y los corazones están divididos entre priorizar uno de los elementos de los siguientes pares: activismo o madurez, placer o esfuerzo, vitalidad o controlar, cortoplacismo o fines valiosos, ideologías o formación, pragmatismo o innovación creativa, adiestrar o cultivo de inteligencia-con sentimientos y voluntad libre… En el fondo, el problema reside en la incomprensión de la profunda persona de cada alumno, en no saber el sentido que cada educador tiene en el proceso de la educación, en un alejamiento de la realidad en las investigaciones educacionales. Lo cual ha dado lugar a situaciones cada vez más graves: a) Se comenzaba por que la Pedagogía fue sustituida por las Psico/sociología, lo cual elimina la necesaria y natural autoridad intergeneracional, que es la que debe impartir la educación (padres o docentes negligentes, autoritaristas o malcriadores: dan el mismo resultado), causando irresponsabilidad en los menores; b) dado el vacío por inmadurez, aprovecharlo con fines partidistas, usando el BOE (LOMLOE y sus decretos) y las pantallas, con el impulso transnacional (FEM, OCDE, Unesco). Así, se está consiguiendo, casi, un cambio en la transmisión institucional (familia, escuela, TV), con un tono más político que moral. Y, sin moralidad, las sociedades se desintegran, y las personas de alienan.
Con perspectiva histórica se aprecia la praxis de un sectarismo que ocasiona una constricción cultural, excluyendo valores apreciados por los padres de los escolares, evitando situaciones de aprendizaje para que tales valores (no digo disvalores) sean medio para construir hábitos (virtudes, no vicios) en los alumnos. Es como si los estudiantes estuviesen en el aula haciendo “nada” (la ociosidad es la madre de los vicios), y hemos de conocer que la crisis consiste en que estar en el aula no es lo mismo que educarse. Por consiguiente, se contribuye a un asesinato espiritual.
En realidad, pasamos una crisis que solucionábamos bien. Era cuando se demandó mayor esfuerzo para sacar las familias adelante y alfabetizar a la gran masa de población, con muchos alumnos a cargo de un docente valga como ejemplo la experiencia de bastantes, muchos, maestros de entonces: unos 100 en un año; 50 ó 60 durante bastantes…), con pocos medios a nuestro alcance… La educación funcionaba. Eso significa que la crisis no es sólo cuestión de números (euros o ratios alumnos/profesor), pues antes no se invirtió tantísimo en ello. La raíz del problema (Enkvist, 2022) habría que buscarla en el seguidismo efectuado a las orientaciones de organismos, como la declaración ambigua y contradictoria de la ONU, concediendo derechos a los escolares y sin exigencia de esfuerzo ni responsabilidad; hablando de derecho de las familias pero obligando a escolarizar… Eso genera incertidumbre, dudas, problemas irresolutos, crisis…
¿Solución? Traspasar el mero funcionalismo. Si consideramos la propuesta de Delors (1994) para fundamentar la tarea educativa (conocer, hacer, convivir y ser), habría que dar un paso más para no quedar en un estructuralismo desnudo, propio del informe, que se debe a los organismos trasnacionales citados. Es necesario recuperar la cultura, pero no muerta, sino en función de la autorrealización de cada alumno (en la verdad, la belleza y en el bien).
Si no se procede así, vamos contra el alumno. La solución consiste en evitar el proceso de vaciar el alma occidental de sus raíces cristianas. Entonces, la crisis se desvirtuaría en un conflicto, pues ese modelo es rechazado por una parte importante de la sociedad. Además, ese modelo no soluciona nada, empobrece cultural y económicamente a las personas (hay que verlo en donde se aplica). Al contrario, el modo de proceder cristiano, sobre todo católico, posibilita y hace factible la movilidad vertical, haciendo que los humildes sean alguien en su futuro.