LOMLOE: ¿EDUCACIÓN?

LOMLOE: ¿EDUCACIÓN?

 SALVADOR PEIRÓ I GREGÒRI

Publicado en Las Provincias, 26 febrero 2021

Hay posturas contrapuestas en sanidad, economía, en tantas cuestiones… y, también en educación. Es normal. Cada uno tiene una visión particular de los asuntos. Pero predomina últimamente la tiranía: pensar que yo soy el pueblo, que mi opinión prevalece sobre las demás, especialmente porque detento el poder para someter a los otros.

Al leer el borrador de la LOMLOE, en su artículo 3, se plantea la socialización y personalización, con un error de base: entiende que la comunidad es una «común unión», por lo que todos son dirigidos para configurar una masa unitaria. Aquí no cuenta la persona, ni las familias, ni las comunidades (asociaciones de madres y padres, sindicatos, profesorado, etc.). Es un modo de proceder ya usado en los regímenes totalitarios o autocráticos. Aquí, lo personal queda socializado, convirtiéndose en un mero número de una masa. Porque se interpreta la común-unión como «cum-unio»: lo colectivo. Entonces se entiende que educar es disponer de un único modelo social.

Sin embargo, la escuela originada en Occidente tiene un fundamento comunitario, no meramente socializador. Comunidad deriva de Communio que en latín se dice cum-munis (munis significa don, función, tarea). Etimológicamente se trata de la distribución de dones o tareas entre todos, como algo común, de acuerdo con las posibilidades de cada uno y en el que se tiene derecho a participar en esa común tarea. Por ello, al elaborar las leyes no sé trata de hacer una norma que convenga a unos cuantos, incluso aunque fuera mayoría, sino lograr el bien-común, de todos y cada uno de los ciudadanos, y no de una parte.

La democracia es la búsqueda del consenso de todas las partes (horizontalidad), sin que ninguna renuncie a su creencia (verticalidad). Por ello, los padres han de ser fundamento de la labor educativa, así como también los profesionales implicados.

La realidad de la escuela y su tarea educadora es anterior a los participantes (incluidos los legisladores), lo cual no se desprende por el hecho de tomar parte, ni tampoco se reduce al proceso formativo que sucede en las aulas. La apertura del educando (yo-relacionado) a los demás (relación-con-autonomía-de-alumnos) está incluida en el ser persona, por lo que no es mera socialización. La comunión no se reduce sólo a lo horizontal (dinámica de relaciones entre padres, individuos o asociaciones), ni a la verticalidad como intencionalidad (elegir escuela o proponer ciertas enseñanzas). El proceso pertinente consiste en ambas cosas. Si no, en la horizontalidad la persona se difuminaría en un colectivo, sería como mero «individuo-idéntico-a-los-otros». Así, el protagonista no podría ser el «sujeto-yo» sino lo colectivo o masa, que engulliría a los menores despersonalizándoles. De esta forma, no habría responsabilidad, ni creatividad. Además también tal modelo podría justificar la discriminación de los diferentes.

No es creíble, por tanto, el art. 2 del proyecto, al decir que el Sistema Educativo Español contará con órganos de participación y cooperación. Sencillamente porque el proyecto legislativo nace sin hacer esto, lo cual es un error garrafal, ya que se privó a todas las partes de contribuir a pergeñar la ley. Es más, definir la educación como «sistema» oscurece la regulación a posteriori de la participación. Esto invita a pensar: ¿Qué dejará hacer tal normativa?

A pesar de los fines mencionados en el 9 bis, leyendo el preámbulo, se aprecia una reducción de los valores a lo mínimo, que ya no reflejan ninguna comunidad. Aunque sean positivos, habría que preguntarse: ¿Un sujeto podría ser tolerante, justo, democrático, etc. -en referencia a los de la Constitución- sin ser comprensivo, respetuoso, generoso, obediente, responsable, etc.? Es imposible llevar a cabo la socialización sin humanizarse uno. Saber ciertos valores mínimos sin fortalecer la personalidad con los humanísticos resultaría incoherente, dando pie al disimulo, «como si», como se ha demostrado a fines del siglo XX.

Si se desea lo que menciona el preámbulo -«educación de calidad para todos»- hay que hacer posible que lo vertical-creencial y lo horizontal-relacional se den al máximo. Esto solo es posible, en mi opinión, con la autonomía de cada institución docente: aplicar el principio de subsidiariedad, de tal manera que lo que pudiesen organizar las familias no lo hiciese la escuela, lo que los colegios puedan efectuar no se ocupe el Ayuntamiento o la Comunidad Autónoma, etc., quedando en último lugar el Estado para defender, precisamente, este juego de responsabilidades.

Se trata de lograr una participación efectiva para que no sea mera instrucción, formando en valores y educando a la vez en virtudes humanas para lograr la humanización personal como base lograr una socialidad responsable y con iniciativa. Todo lo demás es un intento vano; y para ese viaje no se necesitan alforjas: sería más de lo mismo que: ¿a quién beneficiará?, al alumno, no; ¿a dónde nos lleva este modelo?

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