Salvador Peiró i Gregori
Publicado en Las Provincias, 6 de enero de 2025
Por Geografía conocemos que los regímenes climáticos mediterráneos giran en torno a las lluvias, con estiajes más o menos largos, con ausencia de precipitaciones, a lo que siguen grandes descargas tormentas, temporales (luego: gotas frías, después: dana, ahora: convección atmosférica), con gran impacto, como es el régimen torrencial levantino (el este y sur de España). Como cada río tiene su cuenca fluvial, si ésta se compone de grandes áreas compuestas de cadenas montañosas distantes del río, suele suceder que llueva en las cabeceras y cursos medios, abordando las zonas sin pluviosidad, sorprendiendo cultivos, agricultores y transeúntes (como mi abuela me contaba con relación a la bajada del Serpis por Almoines, hasta la Playa de Venecia en Gandía). Esto explica las de Valencia (se enumeran desde 1321, luego en 1870, la más recordada:1957), contabilizando unas 50 (1972, 1982: Tous y La Ribera, 1987: Alzira); El Vallés y Rubí (1972), Extremadura (1979, 1997), Vacongadas (1983), Guadalajara (1995), Biescas (1996), Melilla (1997), Castelló (2011), Murcia y Andalucía (2012), Mallòrca (2018), media España (2020). De esto se concluye la necesidad de un Plan Hidrológico Peninsular, que debe emerger del estudio de hechos circunstantes a los escolares al ilustrar sus conciencias con datos y razonamientos sin contaminaciones.
Al respecto, al incorporarse los alumnos en las aulas, caben tres posturas. Un pesimismo, consistente en que la naturaleza es así y hay que aguantarse o resistir, dejar que las cañas y el lodo lo rellenen todo, ya nos salvará el estado para salir de ésta con lo que nos den; el planteamiento idealista (¿ecologista?) no se atiene a la realidad, niega una serie de factores que han agravado la barrancada, entonces, para acometer el estudio de los hechos, prevalece la doctrina de la religión ecológica sobre el bien común y la tradición relativa a la limpieza de cauces y cuencas, construcción-revisión de presas contenedores de crecidas, etc.; la postura realista parte de la realidad de los sucesos, mira el futuro para prevenirse, pero aprendiendo de lo ocurrido, por lo que los relaciona con la historia. Esta última postura entiendo que es la mejor para educar a los estudiantes, aunque adaptándola a los niveles del pensar y actuar correspondientes a las edades del desarrollo de la personalidad; pudiéndose efectuar desde la escolarización infantil hasta la universitaria.
Tal realismo comenzaría categorizando lo que se percibe: observar, intuir valorando (cogitativa), expresar (imagen, composición escrita…). Tanto en el foco de la zona cero como a distancia, hay vivencias suficientes como para comenzar a emplearse en una unidad de estudio con fuerza de arrastre de las conciencias de los alumnos. Es necesario no caer en un individualismo-libresco, viendo la situación como un tema, sino tratar de sumergirse en la comunidad: todos afectados, todos responsables. Un eje principal serían los voluntarios: ¿qué les atrajo a los pueblos, por qué…?… las parroquias como centros de las comunidades…
Con relación a tales aspectos, habría que distinguir tres niveles, dependiendo unos de otros, aunque se acumulan cada vez para no abandonar lo real y evitar el fanatismo.
Un primer aspecto es instructivo: ver la cuenca del Xuquer, localizar afluentes y barrancos, así como áreas y acumulaciones hídricas; relacionar lo común de las riadas conocidas; conectar hechos (cantidades de agua, tipo de destrozos, zonas y urbanizaciones…), buscas causalidades distinguiéndolos de casualidades… relacionar hechos con conexiones y prácticas como limpieza de cauces y cuencas, urbanismo, etc.
Un segundo aspecto es formativo, tratando de plantear reflexiones éticas. Promover posicionamientos ante la decepción-desesperanza, favoreciendo la paciencia perseverante. Sobre esto, habría que hacer caer en la cuenta de las virtudes que mueven a los voluntarios; entonces cabría hacerles descubrir la solidaridad, sus causas y su consecuencia, así que preguntarse ¿qué podría hacer yo? La gratitud habría que plasmarla tangiblemente, no sólo palabras o canciones, aunque también. Por tanto, descubrir la fortaleza, que no es mera musculatura para manejar palas o escobas. Estos son sólo lineamientos sobre algunos valores que entrarían en la reflexión, cada aula tiene su contexto, del cual se deben priorizar más unos valores que otros, pero sin descartar ninguno.
Tanto el primer aspecto: instructivo, como el segundo: formativo-ético están en función de la autorrealización de cada estudiante en la verdad (real), en el bien (común) con el sentido bello de la persona, empleando el autocontrol. Aquí, los educadores han de tener una pericia para saber pasar de las nociones sobre valores a su puesta en escena para que los escolares, perticipando, los conviertan en virtudes (o hábitos positivos). En este contexto, ser voluntario de afuera de zona cero o estar afectado por el desastre conllevan ni abrumarse ni esperar que los hechos se solucionen por si mismos. La fortaleza se cultiva por la templanza (evitar ser esclavo de caprichos y consumismo), ejercicio que fortalece la voluntad para hacer en pro del bien común, además que beneficia al interesado y, de paso, también habrá fuerza física; de lo contrario, someterse a caprichos y deseos evita pensar en el bien común, consecuentemente idearse modos de actuar, alternativas a lo que hay, enjuiciar quién hace y quien no actúa para ubicarme en lo que fuere menester… Todo, menos quedarse en casa o en el rincón, si no la tienes ya.