Salvador Peiró i Gregori. Catedrático de Universidad
Publicado en Las Provincias, 27 de junio e 2024
La mundialización del conocimiento simultáneo de los hechos no sólo nos hace sabedores sincrónicamente de acontecimientos, sino que tal precipitación sincrónica de noticias nos puede in-formar o de-formar. Imaginamos un factor que sucede en las Antillas y la multiplicación de sus efectos por acá. Lo mismo pasa en el mundo de los negocios.
No es la primera vez que acaece la globalización: tuvimos la griega, la latina, la cristiana, la hispana, la islámica…, aunque estas anteriores resultaron culturales, con sus aportes técnico-legales; pero la actual resulta transversal, ocasionando la pérdida de reflexión, acarreando disminución de lo humanístico y premiar lo tecno-económico. Con tal conculcación humanística el sentir de la masa se desliza hacia el fatalismo.
Por esta decadencia, tratar ese tema es de suma relevancia porque, si bien es positivo porque abre los mercados a todos, con lo que hay mayores opciones en la selección de productos, y terráqueamente más empleos; aunque acarrea negativamente el desempleo en zonas del primer mundo, con abaratamiento de los sueldos, concentración del dinero en menos gente y desarraigo de las personas respecto a sus tradiciones, contagiando cierta anomia, por no decir amoralidad (pensar en los sucesos cotidianos).
Sin embargo, habría que distinguir la globalización, consecuencia de la dinámica histórico-cultural, del globalismo, que aprovecha sus influencias en los resortes del poder para imbuir su ideología, deconstruyendo la cultura y, mediante su reconstrucción, inventarse una realidad, que nunca sucedió, pero que conviene para montar negocios.
Considero como ejemplos negativos de globalismo: a) biológica de UNICEF, que propala la autorización de los padres como innecesaria para mutilar quirúrgicamente a los niños con disforia de género (c.fam.friday.fax, 2024); b) cancelación de Open Democracy de G. Soros, entidad activa en la ONU, pirateando miles de correos y evitando la atención psicoterapeuta en menores con ganas sexuales no deseadas; se podrían añadir canciones (letras y ritmos inductores de machismo, violencia, etc.), negocios sucios… Todo lo cual materializa el global-masificacionismo desmoralizando a la gente al hurtarles sus criterios.
Ya Ortega y Gasset avisaría (La rebelión de las masas, 1929) sobre esa tendencia masificadora, que en educación definiría la insuficiencia de lo técnico (Misión de la Universidad, 1930). Distingamos con él que masa no equivale a cantidad, no es multitud, se trata de padecer una formación insuficiente, que causa comportamientos mediocres. Añadamos que, por ello, incluso un solo individuo puede ser masa.
Al respecto, podríamos considerar a quien estuviese en el poder, pues éste, considerando su banalidad y para perpetuarse, impone sus gustos, quimeras… y, así, destruye la potencial personalidad de la gente (manipulando las escuelas, radio-transmisores y las pantallas, por ejemplo); y, a quien se le oponga, se le cancela.
No nos extrañe el aviso de Ortega: la masificación es un espíritu de ruptura, quebrando el sentido de la vida para sustituirlo por el placer del zoo. El mecanismo consiste en introyectar en las conciencias de la gente los adelantos, en su modo superficial y al querer: sin requerir esfuerzo y convenientemente incentivados para que demanden lo que interesa a los mandamases deconstructores. De este modo se trataría de disponer de una masa superficial, conformista, dispuesta a menospreciar a quien piensa distinto a la ordenanza. (Pensemos en las modas escolares).
El resultado de eso es un neobárbaro (sin responsabilidad por ser abúlico –con noluntad, diría Azorín–), que prefiere someterse antes que reflexionar y discutir. Eso conviene a los mandatarios, sabedores que tal individuo-masa está fascinado por el estado-máquina, pues, la masa, como un ratón cebado, ante cualquier problema siempre pensará en la administración, sin tratar de calentarse la cabeza por tener iniciativa y resolverlo particularmente. Siempre dirá que la culpa es de otro. Por esto, el estado omnipresente destruye lo personal (Rebelión en la Granja ó 1984).
En materia educativa, una manera globalista de confundir ocurre cuando se dice que la masificación de las aulas sucede cuando hay más de “x” alumnos por profesor, o no hay “x” euros por estudiante. Afirmaciones engañosas, pues sustituyen el sentido ético, que debe adquirir uno como educando para así resaltar su dignidad moral (que es como desarrollar su dignidad ontológica) por cantidades que derivan en posibles errores estadísticos.
Con una adecuada política y buena voluntad pueden organizar los estudios, la arquitectura zonal, la enseñanza de todas las dimensiones culturales, incluidas artes, literatura, religión, etc. Es insuficiente que tales asignaturas se enseñen, también hay que considerar el cómo aprenden y los efectos en lo local. Tampoco consiste sólo en desarrollar comunidades escolares, ni en hacer del centro una institución al servicio del barrio. Ambos enfoques resultan incompletos.
Cada educando debe hacer suyas las asignaturas sin que la escuela aplique el fórceps para encauzar sus mentes; el docente sólo ha de promover que el menor capte los problemas, vea soluciones, contraste… Luego, a partir de 6º de primaria, sistematizar conceptualmente. No obstante, tales enseñanzas han de ser fieles a las respectivas tradiciones en la unidad desde la pluralidad.