Publicado en Levante, 5 de mayo de 2021
José Antonio Puig Camps. Sociólogo
La soledad impuesta y prolongada, durante largos períodos de tiempo, afecta al individuo: depresión, aislamiento y reclusión; y una cierta incapacidad de establecer relaciones con los demás. Es, sin duda, uno de los más graves problemas de la sociedad actual. Pero la soledad no es un fenómeno exclusivo del envejecimiento. Es un fenómeno transversal que puede acompañarnos en cualquier etapa de nuestra vida. Cualquier persona puede sufrir soledad no deseada en la infancia, adolescencia, edad adulta hasta llegar a la vejez.
Nuestro modelo social es proclive a la soledad, a veces angustiosa y aislante, que ahoga y veta la felicidad. Y que se cobija falsamente, como sucedáneo, en el confort de la tecnología; que permite aislarse del mundo exterior y recluirse permanentemente en una habitación. Un aislamiento de meses e incluso años, siendo internet la única conexión con el mundo exterior.
Pero esto no deja de ser una patología, que los japoneses han bautizado como hikikomori. Una enfermedad que no es un problema de ahora, surgida por la covid-19: es un mal que existe desde hace tiempo y, poco a poco, se ha vuelto más grave ante la escasa atención que hemos prestado a esa situación. Es una de las peores pandemias de la modernidad que lleva consigo dosis de tristeza, angustia, ansiedad, miedo e incluso suicidio.
Ante la gravedad de este nuevo escenario, muchos gobiernos han comenzado a diseñar mecanismos específicos para estudiar la soledad, entenderla y enfrentarla, creando una figura dedicada específicamente a esta tarea: el ministerio de la soledad; que deberá actuar primeramente como espacio oficial capaz de recoger, medir y cuantificar los niveles de soledad en cada país; pues solo con ese conocimiento será posible tomar acciones preventivas y paliativas.
Reino Unido estableció el ministerio en 2018; Alemania, en 2019, el Comisionado Oficial para la Soledad; y Francia, en ese mismo año, el Proyecto Monalisa. Este 2021, Japón notificó la necesidad de establecer un Ministerio de la Soledad, para lidiar con la crisis interna que la soledad asedia al país (solo en 2020 se registraron 20.919 suicidios entre su población).
En España, la última encuesta continua de hogares, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), ofrece una radiografía de cómo las familias españolas han afrontado este 2020 de pandemia y confinamiento y revela que un total de 4.849.900 personas han vivido estos duros meses en soledad (un 2 % más que en 2019). De manera que los hogares compuestos por un solo miembro suponen ya el 26,1 % del total, el segundo más frecuente por detrás de los compuestos por dos personas (30,4 %).
Según la psicóloga Tamara de la Rosa, este aumento de personas que viven en soledad es posible que se deba más a un cambio de mentalidad y las circunstancias de cada uno. El ritmo de vida da poco margen para tener la vida social que realmente nos gustaría. Relacionarnos y compartir momentos con otras personas mejora nuestro estado de ánimo, nuestro bienestar personal y ayuda a nuestro crecimiento personal.