Publicado en Levante, 3 de abril de 2021
Federico Martínez Roda. Catedrático de Historia Contemporánea
Valencia, madrugada del 19 de julio de 1917. Todo estaba listo para que la revolución estallara bajo la señal convenida en toda España. La recién publicada investigación de Roberto Villa García, 1917. El Estado catalán y El Soviet español (Espasa, 2021), destinada a convertirse en uno de los estudios más relevantes de la Historia de España del siglo XX, con grandes aportaciones a la Historia valenciana, revela cuál era esa señal: la reunión de la asamblea de parlamentarios de Barcelona, un sucedáneo de Parlamento alternativo de republicanos, socialistas, catalanistas y algunos diputados independientes, formado a imitación del Bloque Progresista de la Duma rusa que había provocado la abdicación poco antes, en marzo de ese mismo 1917, al zar Nicolás II. La insurrección, que debía contar con la abstención de unos militares corroídos por la indisciplina de las Juntas de Defensa e incluso el apoyo de los oficiales, suboficiales y soldados republicanos, debía comenzar con la paralización de todos los sectores económicos y, para conseguirlo, había que inmovilizar el transporte, especialmente trenes y tranvías. Para despistar al gobierno liberal-conservador de Eduardo Dato, el sindicato valenciano de tranvías afecto a los republicanos había solicitado a la empresa que negociara las bases de un contrato colectivo de trabajo que debía establecer alzas salariales, reducciones de la jornada laboral y atenuación de los motivos de despido. La compañía se abrió a negociar una parte, pero toda la reivindicación se mostró como una añagaza. Los representantes sindicales rompieron abruptamente las negociaciones y llamaron a la huelga justo para el 19 de julio de 1917, el día de inicio de la insurrección preparada. La mañana de ese día se distribuyeron varios panfletos llamando a la huelga revolucionaria, donde se anunciaba que el movimiento sería generosamente apoyado por Reino Unido y Francia, pues ambas patrocinaban una República española que pudiera entrar a su lado en la Primera Guerra Mundial. A mediodía, los ferroviarios anarquistas y socialistas se sumaron e impusieron el abandono del trabajo. Los comprometidos trataron de paralizar la circulación de trenes y tranvías, pero la Guardia Civil y la de Seguridad lo impidieron cargando varias veces.
Aun así, el paro fue un éxito: solo una quinta parte de los trenes pudo salir, conducidos por soldados de ferrocarriles. La Estación del Norte de Valencia se convirtió en el epicentro de la revolución. El 20 de julio, los revolucionarios armados asaltaron e incendiaron las casetas de guarda agujas. Atacaron también el depósito y volcaron una máquina en reparación para impedir el tráfico. Más grave fue el tiroteo con el que los revolucionarios lograron intimidar a los empleados contrarios al paro. Recibieron a la Guardia Civil del mismo modo, pero los agentes los pusieron en fuga. El gobernador civil también ordenó desplegar a la fuerza pública para proteger la circulación de los tranvías y al personal que se presentaba a trabajar. Pero ese mismo 20 de julio los coches fueron tiroteados desde varios balcones y azoteas: un guardia civil murió y otro resultó herido grave. El paro se extendió a los obreros anarquistas del Grao, que paralizaron también la actividad portuaria. Otros grupos consiguieron clausurar el Mercado Central, además de comercios, talleres y fábricas, y pugnaron con la fuerza pública para interrumpir el suministro eléctrico y el telégrafo. Se construyeron barricadas para resistir la llegada de la Policía y el motín se extendió incluso a los presos de San Miguel de los Reyes, que pensaban que se había triunfado la revolución y que exigían su libertad.
Ante el cariz de los sucesos, el gobernador civil cedió el mando al capitán general Antonio Tovar, que declaró el estado de guerra el 21 de julio. Unidades del Ejército lograron, a pesar de la resistencia, clausurar los centros republicanos y sindicalistas, y detener a varios de los dirigentes de la insurrección. El tren correo de Tarragona solo pudo salir tras un intenso tiroteo de los revolucionarios. Soldados y policías ocuparon la ciudad, pero la normalidad no se restableció hasta el 25 de julio, cuando los huelguistas se cercioraron de que la revolución no había estallado en el resto de España. El general Tovar gestionó la vuelta al trabajo de los tranviarios y, acto seguido, se normalizó el servicio ferroviario. El saldo de víctimas fue de cuatro muertos, doce heridos graves y una cuarentena de heridos leves.
Fue así como Valencia pudo ser el Petrogrado español. Se había convertido en el centro neurálgico de la revolución. El Partido de Unión Republicana Autonomista se hallaba, a través de Félix Azzati, firmemente comprometido con ella. Desde los medios socialistas le acusaron de anticiparse sospechosamente para debilitar la huelga general revolucionaria que se preparaba en toda España. Roberto Villa, con el rigor investigador que le caracteriza, en su nueva obra sobre este año 1917 demuestra que esta acusación fue una excusa a posteriori para justificar el rotundo fracaso del movimiento insurreccional. De hecho, todo estaba preparado para el 19 de julio y Azzati contribuyó a que estallara la revolución de acuerdo con la potente CNT valenciana y con otro diputado republicano, Marcelino Domingo, que también contaba con influencia en las otras dos provincias valencianas. Cuando Azzati y Domingo llegaron el 18 de julio a Barcelona se encontraron con la contraorden: el comité revolucionario de la Alianza de Izquierdas, de acuerdo con los catalanistas de la Lliga (que no era precisamente de izquierda), les pidió que retrasaran el movimiento al 23 de julio en vista de que no habían logrado seguridades de la tercera pieza de la revolución: los oficiales de las Juntas de Defensa no garantizaron sumarse al movimiento. Azzati enfureció: no concebía que se convocara a los republicanos a una «asamblea facciosa» más que para organizar «la resistencia contra el Gobierno», y si este «declara la asamblea sediciosa, el país declare sedicioso al Gobierno» mediante la acción «de todos los hombres de las izquierdas… en sus respectivas localidades». Dio la contraorden de que se aplazara hasta el 23 el inicio de la huelga pero, con todo ya preparado, los sindicatos afectos a la cenetista Asamblea de Valencia se negaron acatarla. El resultado fue una derrota total de la revolución el mismo año que triunfó en Rusia. Por eso Valencia no fue San Petersburgo (Petrogrado desde 1914). Pero tampoco España fue Rusia, allí en palabras de Lenin: «La declaración de guerra fue el mejor regalo que el Zar hizo a la revolución», regalo que Alfonso XIII nunca hizo.