9 D’ÓCTUBRE ¿QUÉ EDUCACIÓN?

Publicado en Las Provincias, 4 de octubre de 2022

Salvador Peiró i Gregori

Cada año volvemos a celebrar el 9 de octubre como día de la patria de los valencianos, otros la nombran como la patria valenciana –más impersonal–, y así otras denominaciones como del país o nacionalidad… Sin embargo, hay diferencias entre las significaciones de las nominaciones.

La más profunda es la que hace referencia al amor patrio, en tanto que con ello se reconoce que la patria –todas las generaciones con sus acciones– nos ha otorgado y nos ofrecen lo que tenemos personal y comúnmente. También se ha de apreciar otra faceta de ello: corresponder aprendiendo y defendiendo los valores que nos leganlos patriotas de antaño y de hogaño. En la educación esto es posible mediante la inclusión de tales contenidos en las asignaturas humanísticas, principalmente historia, geografía, artes… en donde se llega a lo universal mediante el folklore,las fiestas populares, los bienes artísticos de los lugares cotidianos…

No obstante, sucede un superficial amor a la patria consistente en ruborizarse ante algunos elementos materiales de la cultura.Valga como ejemplo mi recuerdo de alguien que afirmaba que, también, al oír el himno se le ponían los pelos de punta. Sin embargo, si todo acaba ahí, ese tal no acometería acciones para aportar bienes para aumentar nuestro nivel de la civilización.

Más dañina es la tendencia, muy expandida, que pretende reducirlo patrio a cero, para enseñar sólo asignaturas científico-técnicas, no-éticas, enfocando los aprendizajes cosmopolitamente. Así se eluden las costumbres e historias para hablar meramente de competencias y valores desgajados de su origen; como si esto se pudiera aprender sin el soporte cultural y generacional en su génesis. Su resultado es un individualismo que, en vez de mirar por el bien común sin dejar el propio, sólo atiende al propio beneficio despreocupándose por los demás.

Tanto el mero sentimentalismo como el cosmopolitismo traen el desarraigo y la desintegración de las sociedades. Una concreción de esto es cuando se suplantase el ser patriota por un individualismo colectivo, que es el nacionalismo, más o menos radical. Es así como el populismo usa de los mimbres sueltos de la patria para utilizarlos como objetivo político. Tal meta puede acabar siendo como larga mano de otro que colonice, pero que beneficie muy mucho al individuo, que es instrumento, como líder-tapado. De este modo bien pudiera uno ser enviado para ocupar un puesto-clave con la mirada puesta en destruir una ciudad, una región, una provincia, un estado… En este sentido, hay muchas maneras de invadir y colonizar patrias.

Por otra parte, el sentido de pertenecer a una nación no sólo propicia una identificación con los principales símbolos (para nosotros: lengua valenciana, himno, monumentos, hechos históricos entrelazados entre lo local y lo universal, héroes y las virtudes relativas a éstos y los ciudadanos) impulsan la consolidación de los estados.

Lo negativo es cuando tales signos emblemáticos se usan ideológicamente, a fin de marear a las gentes, llevadas de un lado para otro, incluso llegando a enfrentamientos entre compatriotas y entre patrias vecinas. En esto es fácil vender el contenido de la propia entidad, a lo Conde d. Julián, para cambiar el significado de tales símbolos.

En general, esta última realización está muy extendida. Basta verificar lo que pregona la ideología “woke”. Esta, originada en ciertos campus universitarios norteamericanos, se extendió como si fuera el COVID, contagiando a diestro y siniestro, combinando “raza” y “género”, para sembrar actitudes contrarias a Occidente, sobre todo al varón blanco. Así, aunque apelen a la justicia e integración, se fomenta división mediante el odio. Entonces, la vivencia de lo patrio se pervierte en un nacionalismo extremo.Por esto, lo que importa es enseñar el paisaje (País conlleva apreciar las imágenes sin antecedentes: Welt) y no el Reino, pues éste provoca preguntarse por los héroes, valores, virtudes… libertad con responsabilidad.

Sin embargo, tal situación no deja de ser ambivalente. Este doble efecto lo que hace es transformarlos contenidos de “patria” en un vacío que le viene muy bien a una globalización deshumanizada. Ésta rellena el vacío patrio con ingredientes anti-familia, pro-aborto, género en vez de sexo… para beneficio económico de empresas poderosísimas o de capitalismo salvaje. Tal globalismo despersonalizante se convierte en una dictadura del “dejar-hacer”; que, permitiendo a la masa hacer cositas y entretenerse –como se decía: proporcionando pan y circo–, a la par que clasifican: de patriotas a quienes apoyan a tal gobierno y de antipatriotas a quienes lo critican o rechazan. Así el patriotismo se transforma en nacionalismo de interés al servicio de ciertos despachos.

Educar en el amor patrio añade al conocimiento de lengua valenciana, símbolos, etc. el saber sistemático de los propios derechos y deberes, el compromiso por acatar las leyes, saber usar las votaciones, participar activamente en asociaciones –no sólo patriotas y culturales–, sino también de padres, de familias, de vecinos…

Educar en lo patrio no sólo ha de emplear sentimientos o imágenes, pues tales no serían operativos. Se trata dereconocerlos valores y convertirlos en virtudes con los conciudadanos (ser comunidad). Con esto se trataría de conseguir que los educandos se vinculen con las generaciones pasadas para así comprometerse con las futuras (por ejemplo: sin saber la virtud del ahorro practicada por los abuelos, no se concebirá la deuda actual para nuestros hijos, nietos, biznietos y, al paso que vamos, tataranietos).

También, en esto, a la vez, nos facilitaría comprender los culturales inmigrantes, así como fomentar actitudes de sana tolerancia hacia ellos. Es más, cuando uno criticase la situación, si lo efectuara con contenidos patrios, no sólo se paralizaría con la queja y condena, sino que propondría soluciones; incluso militaría en partidos políticos humanizantes, sin dejarse comprar.

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